Friday, May 05, 2006

LA NOCHE DEL POETA

La niebla amanecio cubriendo la vieja estacion de trenes, era mediodia y el bar estaba repleto de viajeros que solian detenerse para darse unos buenos sorbos de vino y comer algo de carne asada mientras esperaban la llegada del proximo tren.
El soplido del viento golpeaba en las ventanas, enfriando repentinamente el rostro de algun parroquiano asomado a traves del vidrio, que de vez en cuando tiraba el aliento y pasaba su mano lentamente para limpiarlo y poder mirar las vias oxidadas por el tiempo y el lánguido avance de la niebla mañanera.
Habia un hombre triste sentado en una de las mesas, junto a la ventana, no dejaba de mirar hacia afuera, de vez en cuando llenaba su copa con vino tinto y se la empinaba hasta vaciarla, se quedaba un rato pensativo, observando un infinito recuerdo. Tenia frente a si un gastado cuaderno de hojas amarillas y a veces empuñaba un lapiz y escribia palabras entrecortadas por un suspiro melancolico que se depositaba en sus ropajes descuidados y lo devolvia en un nuevo intento de llenar su copa.
Don Antonio buscaba su reflejo y se percataba que a pesar de los tragos y las largas noches de codos apoyados, borracheras y resacas, su imagen mantenia intactas sus facciones que tuvo de niño, cuando solia perseguir amigos invisibles y besar mujeres mayores en algun rincon olvidado, escondiendose de su padre que acostumbraba golpearlo cada vez que se embriagaba, importandole un comino quien estuviese presente en la cantina.
El rechinar de las ruedas metalicas sobre las vias desperto a Don Antonio de su rememoranza, trayendolo de vuelta. Se puso de pie, lleno su copa de vino, pego un mordisco al trozo de carne que le quedaba en el plato, bebio en cortos sorbos tratando de tragar bien la carne y salio del bar, doblando y guardando su cuaderno en el roido abrigo gris y dirigiendose apuradamente a esperar el tren que venia llegando. La niebla se habia puesto mas espesa que antes, dificultando al conductor la frenada precisa en el anden. El anciano llego hasta la locomotora, y despues de llenar el interior con su mirada y observar como el fogonero sacaba impetuosamente las cenizas de la caldera y las depositaba en una vieja palangana de laton, se acerco para hacerle la misma pregunta que venia haciendole de hace varios años, el fogonero, hombre pequeño y a mal traer debido a las quemaduras del oficio, lo miro con una cara dibujada con el aburrimento y la frustracion de su vida, paseo su mirada en la estampa del poeta, una vez arriba, una vez abajo, y sin esperar la pregunta dijo; nadie ha venido, hasta cuando va a estar esperando oiga- Don Antonio retrocedio lentamente, bajo el peldaño un poco tambaleante reconociendo en su rostro una tristeza mas grande que la de siempre, levanto la palma de su mano y se despidio para encaminarse a recorrer cada uno de los vagones que forman el largo cortejo del ferrocarril, pero no habia nadie a quien abrazar, no habia a quien saludar y contarle la larga espera, la eterna espera de la que estaba siendo victima, los poemas escritos en un tiempo detenido, el deseo de compartir esa solitaria permanencia en la estacion junto a una buena botella de vino, contar las historia de las que ha sido testigo tanto tiempo de gente que va y viene, del eco de sus pasos retenidos por el largo y viejo pasillo de la estacion. Era mejor volver por otra botella, por otras palabras que poner en el papel y seguir esperando la llegada invisible de una mujer llamada Leonor, quien se fue hace tiempo, repentinamente, dejandolo triste y confundido.
En el bar se escuchaba un tango , la gente permanecia sentada bebiendo o comiendo, reponiendose de los viajes o prepandose para uno. Mientras el viejo se acercaba a la barra sono el silbato de partida, que siempre viene con algun crujir de fierros, un agudo chirrido y la hermosa nube de vapor que se confunde con la niebla.
Don Antonio saludo con un gesto a Meneses, dueño del lugar, y le apunto una botella que brillaba justo bajo una ampolleta -deme ese que debe estar mas calentito- Meneses estiro el brazo, la descorcho y se la puso en frente junto a una copa.

Don Antonio era conocido por los trabajadores ferroviarios con el apodo de el poeta a causa de sus insistentes peticiones de leer lo que escribia cada vez que se emborrachaba aquellas noches largas y frias.
Habia llegado hacian quince años a la estacion un dia de primavera, no tenia donde vivir ni trabajo. El jefe de estacion le ofrecio el empleo de guardavias, un pago minimo, comida diaria y un cuarto que estaba junto a las antiguas locomotoras abandonadas.
Transcurrieron los años y Don Antonio realizaba muy bien su trabajo, pero despues de un tiempo empezo a beber en demasia y eran extraños los dias que estaba sobrio, se la pasaba escribiendo junto a un riachuelo y mirando durante largo rato los grandes alamos que rodeban la estacion de trenes. El jefe le quito el empleo pero le propuso seguir viviendo en el cuarto y seguir proporcionandole la comida. Los años fueron cayendo pesadamente sobre la humanidad de el poeta, habia algo que lo hacia permanecer siempre con una gran tristeza, melancolico, apegado al recuerdo de Leonor, una mujer que habia conocido llevado por el azar, y de quien se habia enamorado profundamente, la musa principal de sus versos anonimos que le dedicaba y leia solamente a ella.
Leonor era su amor tierno, vacilante, feliz, eterno, que habia sido desgarrado por una muerte temprana y que habia dejado al amante caminando entre la razon y la locura. Por estos motivos, Don Antonio era muy querido entre los trabajadores y clientes asiduos del ferrocarril, de vez en cuando le daban unas monedas a cambio de que les leyera algo que les saciara alguna sed de tristeza, o de felicidad, o le pedian que les hablara sobre la tierra, los arboles, las praderas, las nubes, el universo, cosas que entusiasmaban de sobremanera al hombre y que sin vacilar, eso si, exigiendo como minimo una buena botella de vino como elixir de inspiracion, se largaba a contar historias propias o inventadas que mantenian a sus acompanantes interesados y entretenidos en extensas reuniones que duraban desde el dia a la noche.

Don Antonio le pidio a Meneses que le diera la botella que estaba bajo la lampara porque nunca ha olvidado lo que le dijo una vez otro poeta de antes, un hombre del que nisiquiera recordaba su nombre y que, al contrario de si, habia logrado fama y fortuna con la venta de sus versos. Lleno la copa por primera vez, sonrio al hombre que permanecia atras de la barra, la levanto y se la empino hasta beberle la ultima gota, cuando se preparaba para llenarla por segunda vez recibio una palmada en la espalda, volteo y se percato de que era el profesor Juan de Mairena, le estiro la mano, la estrecharon, seguidamente arribo al bar Abel Martin, hijo de un acaudalado campesino que era dueño de la mayoria de las tierras de los alrededores, se decia en el pueblo que ambos, Martin y de Mairena eran hermanos, producto del mismo padre que tenia fama de Don Juan entre las mujeres de la localidad.

Todos se estrecharon las manos en un calido saludo, incluido Meneses, quien era conocido como el loco Meneses debido a que se la pasaba inventando articulos que casi nunca tenian el fin que deseaba darles. Estuvieron apoyados en la barra durante un rato hasta que el propio Don Antonio los invito a tomar asiento a una de las mesas, pidio algunos trozos de carne asada, un par de botellas mas, y le dijo a Meneses que viniera, quien se sacaba el delantal y pegaba un grito a su hija menor, de aproximadamente dieciocho años, cabellos largo y liso, fea y espigada.
Afuera se escuchaba el insistente murmullo de los pasajeros que esperaban el ultimo tren del dia que se escuchaba venir a lo lejos, aullando y exhalando el vapor negro hacia el cielo, dejando sendas nubes que se desvanecian con el viento y la caida de la noche.
Se sentaron junto a la ventana que daba al anden, bajo unos fluorecentes que titilaban una luz fria y molesta.

- y poeta, como va la poesia? - pregunto Abel Martin a Don Antonio.

- hoy recorri el riachuelo hasta su nacimiento, me sente a esperar alli la llegada del viento, escribi unos versos que se hundieron en el vaso de vino que estaba a mi lado. Asi que mejor me vine de vuelta.

- se te esta acabando la inspiracion viejito, no le digo yo que todo se termina - dijo Meneses quien se aprestaba a levantar su copa para brindar, Juan de Mairena se largo a reir y a golpetear la espalda del inventor.

- y que habla tanto usted?, entonces hace rato que se le agoto la inspiracion, acuerdese que todas las cuestiones que ha inventado no sirven pa' na'. Ya salud mejor sera, mire que si me preguntan a mi como me ha ido me pongo a llorar aqui mismito.

- no me diga que lo echaron.- Martin miro a los otros con una maliciosa sonrisa en la boca, tiro una moneda a la mesa - Apuesto tres monedas a que lo echaron.

- oiga con eso no se juega - le reprocho Don Antonio sacando tres monedas de su bolsillo y dejandolas en la mesa - yo digo que no lo expulsaron

- por que no hacemos un salud mejor en vez de estar liquidando de verguenza al profe?- dijo Meneses mientras Juan de Mairena los miraba medio molesto por la idea tan absurda e insensible que se les habia ocurrido, lleno las copas que estaban vacias, hizo un esfuerzo en sonreir y la levanto

- entonces brindemos pa’ que me salga luego un trabajo.
Abel Martin no pudo contener la risa y expulso el vino de su boca justo a la cara de Don Antonio que de susto solto el vaso que se quebro en el piso.

- perdon no fue mi intension Meneses, digame cuanto le debo y se lo pago ahora, mire que la honradez de un poeta esta por sobre todas las cosas.
- no me venga a insultar a mi propio negocio pues poeta, todavia me quedan vasos en la repisa, si lo que no se perdona es botar el vinito, derrochar tan exquisito brevaje. Y usted Martin, no ha tomado nada y ya parece borracho.

- Olvidemos el asunto de la apuesta y escuchemos algun verso de Don Antonio, uno animoso - dijo Abel Martin y se ponia de pie y aplaudia contagiando a los otros dos amigos que tambien se paraban y aplaudian con vivacidad.
El poeta agarro el vaso y se lo tomo hasta secarlo, lo lleno otra vez y volvio a llevarselo a la boca de un solo movimiento. A estas alturas los ultimos parroquianos presentes en el bar ponian atencion a la mesa que estaba junto a la ventana del anden que no calmaba el sonido de sus vias. Don Antonio se puso de pie, saco el triste cuaderno que guardaba en su bolsillo, lo desdoblo, hizo un gesto a los acompañantes para que tomaran asiento, dirigio su mano al cielo y comenzo;

- ...oh! Yo no se, dijo la noche, amado,
yo no se tu secreto, aunque he visto vagar ese que dices desolado fantasma por tu sueño,
Yo me asomo a las almas cuando lloran
y escucho su hondo rezo humilde, solitario...

Abel Martin se puso de pie interrumpiendo la lectura

- oiga poeta ese nunca ha sido, ni nunca sera un poema animoso

- no sea sin respeto con el viejo, no ve que le ha cortado toda esa magia que dicen que tiene la poesia. Le replico Meneses a Martin con un tono medio burlon.

- la verdad es que a mi me estaba calando mas o menos hondo, con el problema que tengo de haber quedado desocupado, la tristeza se me pega cada vez que me la encuentro - mirando a Don Antonio que no decia nada - esta bonito su poema poeta, pero mejor sigamos tomando vinito - dirijiendose a Meneses - oiga y que paso con la carne que pedimos?

- si, voy a ir yo mismo a buscarla o capaz que no llegue nunca.
Meneses se puso de pie y se dirigio a la cocina. Don Antonio tomo asiento, bebio un trago y sin mirar a sus amigos les reprocho

- ustedes no entienden lo que es la tristeza, la melancolia o la desesperanza, ustedes no entienden y por eso tampoco comprendieron el poema.
Ambos hombres se quedaron mirando haciendose muecas de culpabilidad

- ustedes no saben lo que es quedarse solo, que se vaya para siempre la mujer que aman, yo soy asi no mas, cuando Leonor se fue se me vino la amargura y se quedo conmigo para siempre.
Juan de Mairena y Abel Martin se quedaron mudos mirando sus vasos, sintiendo una tremenda culpabilidad por la interrupcion que habian hecho a Don Antonio. Saco a todos de aquella incomoda situacion el dueño del bar, Meneses.

- mi hija va a traer carne y mas vino, se le habia olvidado - mirando a sus compañeros - que es lo que les paso?

- nada, es que yo me puse grave y parece que contagie a Martin y Mairena -
ato el vaso a su mano, lo levanto y esbozando una sonrisa, pidio un brindis por la noche y los amigos, todos lo acompañaron chocando sus copas.

Minutos mas tarde, mientras hablaban de los tiempos hermosos de los trenes, de las primeras locomotoras que habian llegado a la estacion, de ese romanticismo que despertaba en la gente el subirse a un tren, el sentir ese traqueteo incansable de las ruedas de metal sobre las vias, y ver pasar por la ventana las praderas y las abandonadas estaciones de antaño, llego a la mesa la hija de Meneses, traia una bandeja de madera en la mano con carne asada caliente, los cuatro hombres estaban borrachos y nisiquiera se dignaron a mirar a la joven que dejaba la bandeja y cuatro botellas de vino sobre la mesa. Comieron y bebieron exitadamente hasta que eran los unicos que quedaban en el bar, no se habian percatado de cuanta gente habia entrado, ni cuanta habia salido, ni si el ultimo tren salio a la hora o si se retraso. Abel Martin y Juan de Mairena estaban echados sobre sus brazos y roncaban escandalosamente, mientras que Meneses y Don Antonio hablaban sin entenderse palabra debido a la evidente ebriedad que se habia apoderado de ellos.
- Por eso le digo yo pues poeta, hay que ser bien hombre pa’ aguantar
- si
- ve que uno tiene que saber decir las cosas justo en su momento, o sino se queda dormido en los laureles y hasta ahi no mas llegamos

- pucha que sabe usted Meneses – don antonio se marchitaba poco a poco, la mirada perdida en una grieta que cruzaba de lado a lado la muralla sostenia su embriguez

- mire. Cuantos dedos tengo aqui? – Meneses movia su mano empunada frente a los ojos del poeta

- chi!!, si no soy tonto pos Meneses, usted cree que no me doy cuenta?

- Haber digame, de que se da cuenta

- De que estos dos si que estan borrachos.

- Aaah!!, eso si que es verdad. Por eso usted me tiene que hacer caso, esta bien que le guste escribir pero a si mismo le gusta empinarse el vaso

- Oiga, usted pasa puro tomando no mas, no se me ponga hablador mire que hay un leyenda muy antigua sobre los habladores

- Cuentemela entonces

- Usted que sabe Meneses, por eso lo quiero – tomandole la mano y tratando de mirarlo a los ojos – yo lo quiero, usted es mi amigo, le estoy muy agradecido. Le debo mucho

- Usted a mi no me debe nada – golpeteandole la espalda – mire, yo lo unico que se es que una de las cosas mas nobles que existe es tomar una buena botella de vino con un amigo – mirando a Martin y Mairena – bueno tres pero estos dos borrachos ya no cuentan mucho

Se miraron por un instante, unos de los fluorecentes comenzo a fallar, el silencio titilaba a la par con la luz. Meneses hizo un esfuerzo y se puso de pie, sacudio a Abel Martin y a Mairena, pegaron un brusco salto hacia atras que logro botar a Martin de la silla, se despertaron y salieron al largo y oscuro pasillo desolado del anden, incluido Don Antonio, se despidieron y el profesor y Martin se dirigieron en direccion contraria al poeta.
En el camino, Don Antonio se detuvo en las viejas maquinas que estaban cerca de su cuarto, puntualmente en un vagon de carga que estaba volteado, se sento en el suelo, apoyando su espalda en el metal, cabeza gacha, vista perdida, hablaba solo, sin poder modular, trataba de cantar una vieja cancion española, miraba lo negro de la noche, se quedaba escuchando los sordos sonidos que la acompañan. De pronto una voz, que en ese momento sono como un trueno, lleno el espacio, era una voz tan dulce y debil como una flor dibujada en el extenso reino del viento.
- me gusta lo que usted escribe poeta, a mi nunca nadie me ha dicho nada lindo
El viejo levanto con dificultad la cabeza, lentamente, hasta que pudo ver la silueta del cuerpo diminuto y delgado que estaba en frente, acto seguido, pego un salto que le hizo azotar la cabeza en el vagon, dio un grito
- Leonor!!
- no, no soy Leonor, soy la hija de Meneses.
Don Antonio se puso de pie como pudo.
-Leonor, donde has estado todo este tiempo?
- le digo que no soy Leonor. Y queria decirle que me gusta mucho lo que usted dice cuando lee.
La tenue sombra del poeta se movia contra las frias paredes del vagon. Afino su garganta con un sutil carraspeo, alzo la voz de a poco, entonando unos versos para aquella hermosa aparicion que se le habia puesto en frente.

Senti tu mano en la mia,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oido
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
eran tu voz y tu mano
en sueños, tan verdaderas!...
Vive esperanza; quien sabe
lo que se traga la tierra!.
Don Antonio callo repentinamente, observando a la mujer que apenas distinguia, nervioso ante la aparicion que creia tenia en frente, tiritaba, y murmuraba frases inentendibles.
- Leonor, te amo
- le repito que yo no me llamo Leonor, y me gusta mucho lo que usted ha escrito
- es para ti pequeña mia, por que te fuiste tanto tiempo?, ven acercate
- no mejor vuelvo a mi casa, solo queria decirle eso pero usted no entiende.
El poeta se abalanzo sobre la joven, que se fue de espaldas al piso, comenzaron a forcejear, Don Antonio la trataba de besar, te amo, te amo, le repetia, se levantaba y caia, la mujer se puzo a gritar a todo pulmon. Mairena y Abel Martin estaban recostados en los banquillos del anden, al escuchar los gritos, se pararon tambalendose a causa de la borrachera y se pusieron a caminar apresuradamente. En el camino se toparon con Meneses que venia saliendo de su cantina desaforadamente, asustado, traia una linterna y venia en mangas de camisa y en calzoncillos, los otros dos le apuntaron la direccion de donde provenian los gritos, los tres hombres se echaron a correr logrando apenas mantenerse en pie, chocando con todo lo que se les cruzaba, el anden estaba tan oscuro que no se lograba divisar quien era o que sucedia. Entretanto los gritos callaron. Don Antonio intentaba levantar a la mujer, la tomaba de la cintura y la soltaba golpeandole fuertemente la cabeza contra el piso. Leonor, Leonor!! le gritaba, Leonor despierta!!. Pero la mujer no daba indicios de movimiento, de un momento a otro el poeta sintio pasos, una luz que empezaba a iluminar la locomotora que estaba al principio avanzaba cada vez mas. Martin y Mairena respiraban dificultosamente, habian cogido trozos de fierro tirados en la via, seguian corriendo cuando repentinamente la luz de la linterna recayo sobre el cuerpo de la muchacha seguido de un corto grito de Meneses, alli se quedo el haz de luz, fijo y muerto, funebre como una candela que mueve furiosamente su extraño cabello de fuego. Luego vino un llanto murmurado, una tristeza terrible. Los tres hombres miraban el cuerpo ensangrentado de la pequeña Pola, aun mantenia intacta sus facciones de niña inocente. Despues de esa eterna pausa el rayo de luz comenzo a moverse hasta encontrar la figura de Don Antonio que se mantenia afirmado en el vagon y se encandilaba. Mairena y Abel Martin, enceguecidos por el efecto del alcohol y el miedo se abalanzaron sobre el viejo dandole de fierrazos en el cuerpo, Meneses volvio a iluminar a su hija que yacia muerta, lloraba y gritaba de dolor, de rabia, volteo, y con la misma linterna empezo a golpear al poeta que se bañaba cada vez mas de sangre y se desfiguraba, el eco que se repetia a lo largo del anden llegaba a la calle y atraia a los curiosos.
Los tres hombres, Meneses, Abel Martin y Juan de Mairena, golpeaban y golpeaban lo que quedaba de Don Antonio, lo insultaban una y otra vez, gritaban de ceguera. Maltrataron el cuerpo hasta que empezo a aparecer la mañana, todos lloraban y gritaban y apaleaban al poeta. El cuadernillo salto hasta las oxidadas ruedas de una vieja locomotora que descansaba sobre los rieles.

Con la venida del alba, sono la fuerte bocina del primer tren de la mañana, sonido que estremecio a los asesinos y los hizo detenerse. La estacion todavia no se abria a los pasajeros, el tren tuvo una buena llegada al anden, la niebla llegaba otra vez mientras los hombres miraban atonitos los cuerpos.

EL ÚLTIMO CAMPANAZO

Ese día supe el miedo que le daban a Barzéz los campanazos de la catedral que esta en el zócalo de la ciudad de México. Cada vez que levantaba la vista aparecían, como caballos de fuego, cruzándose como un aliento infernal, como el escalofrío que resulta el darse cuenta de que el tiempo avanza invisiblemente hacia un final sujeto a los miedos que se nos van de las manos y se convierten en enemigos peligrosos.
Tengo todo tan claro señora. Barzéz se embobó con los campanazos. La verdad es que yo no se que era lo que el universo de su imaginación podía captar, no se que puerta misteriosa se le abría.
Todo se detuvo de un momento a otro, todo se detuvo y yo no, tampoco una danza ancestral que bailaban unos pocos indios aztecas vestidos con plumas y cueros. El eco de cada campanazo pegaba como un trueno soltado en pleno abismo, un eco ensordecedor. La sangre se arrastraba por la acera, caía por las alcantarillas y chocaba contra el suelo. Nunca se acababa, DONG......DONG, el cielo se callaba, las palomas detenían su caminar tan tonto y se replegaban en millones de pensamientos etéreos, traslúcidos, como sabiendo que esos campanazos eran una especie de canto sagrado, la voz de alguna inmensidad que nos inmovilizaba.
No le digo yo señora, si Barzés me hubiese dado la oportunidad de darme cuenta, tal vez todo seria diferente. ¿Se ha fijado en el vaivén que tienen los campanarios?. La verdad es que son voces que resuenan y no logro percatarme de donde exactamente provienen. Claro, su perfecta invisibilidad puede invertir todas las ideas, los conceptos y los métodos que uno tiene para referirse a las cosas inexplicables.
El insistente flameo de la bandera mexicana. Una presa al viento, que la engulle por sus livianas entrañas del espacio vacío. Verde asoleado. Serpiente que vuela soltando plumas oscuras que se esfuman en la caída, rastro inconcluso que se dibuja. Sueños dormidos, oscuridad repentina. Sintomas de la hermosa ondulación, de la barriguita que se estiran y se contrae.
Todo esto con los sonidos del campanario, doce para ser mas exactos. Un tiempo perdido en la incongruencia de la burla de Barzez.
No es broma. Había un águila devorando una serpiente, estaba de pie en un nopal, abría sus alas tremendas y las levantaba, como iluminada por la sombra de la catedral. Una familia indígena alzaba sus brazos al cielo y le agradecían al señor de todas las cosas dando como ofrenda unas hachas y cuchillos esculpidos en obsidiana.
Aquí fue cuando Barzez hizo un gesto, aunque al principio no me había convencido del todo, vino el segundo, que recuerdo perfectamente porque retorció exageradamente la cara como una especie de goma de mascar.
¿Usted cree que me siento muy bien con todo esto que tengo que decirle?. No es fácil. Por eso hay que creer en el ensayo. Ensayar, ensayar, repetir ciertos discursos que son difíciles de manejar con la emoción.
Sonó el campanazo numero once. Una serpiente de fuego rodeo todo el zócalo..., ( ¿ha visto por casualidad el calendario Azteca?, ¿ha visto usted dos cabezas de serpientes encontrándose en la parte inferior del circulo del tiempo?)..., el sonido paralizó a la gente. menos a mi que empezaba a sentir nauseas y dolores estomacales. Pensaba que estaba jodiendo, que me moría en la antigua laguna del Méjico lindo, allí, tirado en la misma tierra que los Aztecas pisaban, donde descansaban los restos de almas en el inframundo.
El impermeable se le había quedado tieso debido al ultimo movimiento que hizo antes de quedar inmóvil, yo estaba justo detrás de el. Me había detenido a comprar unos cigarrillos, por eso llegue caminando a su lado y pude rodearlo con un fondo que se movía. Un fondo saturado con la ultima campanada. Ahí me di cuenta por primera vez de que tenia los ojos negros, supongo que no alcanzo a cerrarlos, no fijo la vista conscientemente, quedo viva, con ese brillo intenso que queda en las pupilas cuando se esta asombrado. Barzez se quedo pegado mirando el añoso campanario de la Catedral de Ciudad de México y no había como sacarlo.
Siempre que viene el doceavo campanazo, el ultimo, existe en la tierra un silencio tan lleno de miedo, un temblor que empieza bajando desde las sienes, lentamente, un escalofrío como el que he estado sintiendo todo el tiempo que he intentado contarle la desgracia de Barzez. Aparte de mi desconcierto por supuesto.
Se nota que la catedral del zócalo se esta hundiendo, acaso no escucho esa canción que dice “Guadalajara en un llano, México en una laguna”. Da miedo acordarse de eso. Uno piensa que de un momento a otro nos vamos al fondo y lo peor de todo es que nadie, aparte de mi, se daria cuenta porque todos estan inmoviles ante los sonidos que emite el campanario.
No se preocupe señora, despues del aviso de la hora ya todo esta tranquilo. Claro, menos Barzez que no se mueve pero como soy un hombre que entiende las circunstancias tratare por todos los medios que tenga a mano poder llevarlo sin que descubran que va muerto, imagínese usted. La ley...

EL GRINGO TRISTE VISITA CUAYET CITY

El gringo miró por tercera vez el reloj, así era como se le iba la vida, entre hora y hora, como intentando traspasar los momentos de infortunio que se lo habían venido comiendo desde hacía rato.
Estaba tan solo allí, en aquel cuarto de hotel barato, tenía colmados los nervios debido a la espera que parecía que nunca concluiría. Recordaba la cara de Floyd diciéndole aquella frase enredada, palabras que debía decir en caso de que lo descubrieran un día y no tuviese oportunidad de escapar y salvarse. De alguna manera podía comprenderlo, de alguna manera me percataba de que la tristeza que le llenaba su corazón de gringo no acabaría nunca, y hay que ver que la sensación de tristeza siempre posee un toque desagradable para quien la logra conocer, aunque sea por un rato, nada completa el deseo y la acción de borrarla de pronto, aunque los intentos por ocultarla sean grandes y todo quede donde mismo.
Pobre gringo no sabía lo que le esperaba y yo me retorcía en las ganas de decírselo y que huyera, entonces tal vez con una mirada fugaz y oportuna que traspasaría los colores y las leyes de la electricidad o de la imposibilidad como de imposible que resultaba tal pensamiento imposible de efectuarse, y aunque lo hiciera lograr quedar en un estado tranquilo y de normalidad sabiendo que aquella imposibilidad se cumplió única y exclusivamente porque el corazón y el buen deseo eran más potentes que todo, la ayuda se concretaría y nunca sabría por qué, si no que solo volvería a existir en mí la creencia de que no existe lo imposible, y el gringo no sabría que decir y lo más seguro es que volvería a su historia de sufrimiento y tristeza y yo me quedaría sentado sin decir nada, porque nada podría decir, y fumaría un cigarrillo postrado en la intranquilidad y el nervio de lo incumplible.
Floyd era como el pensamiento repentino que cae de la nada y se queda flotando durante largas horas en la cabeza del gringo Paul, gringo desdentado y moribundo, de tiempos y momentos contados, de pisadas y huellas temblorosas y débiles.



Floyd era como un guijarro caído del techo. Y esas palabras confusas que dijo, tan llenas de dolor y quejidos mientras se le terminaba la vida y el gringo le escuchaba con la cara apoyada en su vientre.
Repentinamente decidió salir de allí, cargó la pistola con las únicas dos balas que le quedaban, acudió al baño y enfrentó su imagen por un momento mientras se daba valentía para terminar lo que había empezado, lo haría por Floyd y nada lo impediría, entre un juego de convencerse y un pedazo de tela amarrado en la herida saldría a acabar con aquella misión tan importante.
La calle estaba vacía, el pueblo permanecía evidentemente tranquilo, silencioso y cómplice de aquella rebeldía inesperada que pronto dejaría ver algo que probablemente había sucedido muchas veces antes entorpeciendo aquella paz tan fuera de contexto en ese momento.
El gringo observó todo secretamente oculto tras la puerta del hotel, una leve pero insistente sombra le caía en su cara, puntualmente en sus ojos, que se escondían sublimes a lo divino, divino a lo majestuoso y ni siquiera sé por qué pero había que aceptarlo.
De pronto, una mano delgada y blanca tocó el brazo del gringo que justo empezaba a salir, en un sobresalto, Paul volteó rápidamente desenfundando el arma y presto a apretar el gatillo y despachar al atrevido que lo detenía, y como si nada, como si todo, como si fuese mentira y sus ojos le jugaran un engaño, vio frente a él la cara más hermosa que jamás haya visto, una mujer bella e infaltable a la hora de las suertes en esos momentos tan definitorios. Sin decirle nada lo tomó por el cuello y le besó los labios, sin decirle nada, el gringo respondió con el mejor de sus besos y apretones desesperados, después de eso vino la frase, quien eres tú que despojas de mis labios el mejor beso, quien eres mujer bella y universal, ¿acaso has venido a llevarte mi alma antes que se la lleven los demonios? (vaya). No. Soy María la hija del segundo esposo de mi madre, te he observado sin que te des cuenta, he visto la preocupación que te emborracha y sé que estás herido, déjame ayudarte. Es que debo completar el último deseo de Floyd, mi gran compañero, que murió fulminado por seis balas. ¿Y cual es ese deseo tan importante que te hace arriesgar la vida?. No lo sé, nunca logré comprender lo que me dijo a la hora de morir... Eres tan bella, pero debo irme. Bien, bésame por última vez.
Entonces el desafortunado besó al ángel suave y hermoso dejando caer sobre sus mejillas un par de gotas de lágrima que terminaron cayendo al piso y haciendo explosión sobre las ilusiones. (El gringo se lo merecía).

Después de despegar los dedos suyos de los de ella pudo salir a la intemperie y a la suerte de lo que viniera, en la calle nada había cambiado, los sonidos rebotaban tan solo como alucinaciones molestas dentro de la cabeza de Paul. Empezó a dar pasos muy lentamente, sin dejar de mirar hacia todos lados y sin dejar de empuñar su arma. Llegó hasta la inmensidad de la calle que atravesaba el pueblo soportando el calor y la brisa espesa que la recorría, dio una fugaz mirada hacia atrás haber si aquella muchacha aún lo observaba, pero ya se había ido.
Si tan solo supieras amigo mío lo que estoy haciendo por ti, Floyd, amigo eterno, si tan solo supieras que lo único que deseo es terminar con esto de una buena vez, salir ileso y volver con aquella dama exquisita que dejó en mis labios el más placentero y rico perfume de frutas, solo tengo la claridad de una de tus palabras Floyd, Cuayet City, y aquí estoy pero no sé para adonde tengo que ir. Dijo el gringo murmurando mientras avanzaba cautelosamente sobre sus pasos. Al cruzar la calle, Paul entró a la única cantina que había en el pueblo, pidió un tequila y se sentó junto a la ventana, aún tenía el dedo en el gatillo, al parecer necesitaba un descanso. Se empinó el vaso cerrando los ojos para disfrutarlo y refrescarse, volvió a ponerlo sobre la superficie de la mesa y al abrir los ojos para retomar la vigilancia vio frente a sí un cuerpo y una pistola apuntándole, empezó a subir la mirada despacio, cuidadosamente, para ver la cara de su inesperado visitante, los ojos lentos, ralentados, casi blancos que terminaron siendo un casi perfecto encuentro fatal le hizo caer la mirada y el rostro, soltó el gatillo y dejó el arma sobre la mesa, (en el contraplano todos abrieron la boca), Paul no entendía nada y Floyd lo miraba con una sonrisa diabólica en la boca, un gesto que decía sin decir palabras sin palabras.

Después de esta imagen tan sorpresiva me dieron ganas de felicitar a quien había escrito tal historia, de traición y lealtad, él publicó no se movía de las butacas del Mayo, la pantalla tremenda y la oscuridad y la concentración habían venido como lo hacen siempre aquellos instantes entregados a ver algo de cine tranquilo, sin bullicios ni teléfono que suene. El cine ha sido un gran invento y una gran ayuda a la abstracción, una invitación a entrar a realidades paralelas, aunque siempre que estaba por terminar la película o por la línea inferior se dejaban asomar los créditos con los nombres de los participantes en el film me bajaba una especie de pena, algo así como la tristeza que durante toda la película había expresado el gringo porque me recordaba que se aproxima la hora de salir a la ciudad, al día y recomenzar las cotidianeidades típicas que rodean a los hombres.

En la última secuencia, Floyd, el vaquero maldito levantó la pistola hasta la cabeza de Paul que lo miraba tras sus ojitos entristecidos por el asombro, sonó un disparo, la imagen no mostró como le entraba la bala al gringo, sino que todo se quedó en el medio plano de Floyd de pie y con el brazo fuerte empuñando la pistola humeante y unas gotas de sangre que le saltaban a su camisa de cuero, y volvió a repetir lo que supongo habrá dicho a Paul cuando actuaba su muerte que pensé había sucedido de verdad. Pero lo mismo que antes no le entendí nada, y me dieron ganas de creer que aquello no era más que una broma que el director había puesto en la película para burlarse de nosotros o que simplemente era una forma de terminar algo que nunca había tenido sentido. Y me sentí estúpido, y me sentí como el gringo Paul, triste, traicionado y salí del cine resignado, recordando la cara del ángel que había aparecido, imitando un poco la caminada fuerte, recia y cautelosa del protagonista.

ABSTRACCIÓN EN LA FOTOGRAFÍA

No nos sirve de nada la memoria si la usamos erroneamente, como queriendo acudir a los instantes, como insistiendo en practicar un arrepentimiento, por sobre todo, inútil.
La fotografía meticulosamente enmarcada y colgada en el muro justo sobre el gran sillón, me mira. Existe un cierto dejo de incumplimiento con la naturaleza en aquellas tristes y turbias pupilas, por ahora no hay razones para llorar, menos después de que ha pasado tanto tiempo.
La imagen del cuerpo atrapado en una lámina de papel brillante, evidentemente mal enfocada por el autor y equivocadamente procesada en su revelado, y la idea tan acertada y corroborada por la familia de decir que aquel pedazo de insignificancia es la única fotografía captada de la abuela, me hacen surgir un pesar y una transgresión insoportables. Claro, aunque si se tratara de andar de crítico con algo tan feo pero tan importante emocionalmente para toda una familia caería en un pecado de soberbia y poca aceptación, en última instancia se respeta el valor por ser la única imagen, el único rictus repentinamente paralizado para siempre en un rostro maternal, y principalmente femenino sorprendido infraganti justo en un momento de desconsuelo.
Además es necesario tener en cuenta el poco derecho (casi inexistente) que tengo de dar una opinión acerca de la fotografía y todo lo que la sostiene, porque han pasado ocho años desde que ya no tengo ningún acercamiento con esta parte de la familia. Solo el recuerdo del velorio, el funeral y uno que otro pasaje de infancia en casa de la abuela.
Me quedo solo frente al retrato, de plano medio, tras el cuerpo vestido de chalequín azul, delgado y viejo logro percatarme de que un camión permanece estacionado, mas bien la mitad de la parte delantera del camión. Que por simple cuestión de conocimiento y costumbre lo reconozco. La abuela está sobre él, superpuesta a las visiones que pueda causar aquel trozo de imagen en segundo plano, me pongo a pensar en su relación con el vehículo; tal vez la esperaba, tal vez el fotógrafo lo conducía, o que la instantánea había sido tomada por un antiguo amante que la encontró en la calle un día cualquiera y una vez enterado del fallecimiento acudió con la foto donde sus familiares para que la conservaran. Si sucedió así, la critica se sumerge y desaparece en las peores espelusnancias y reproches que usted pueda imaginar y lanzarme en la cara.
La representación de una realidad de hace años, la hora de un día determinado, el instante, la alucinación de la cara con todos sus órganos despiertos, la macabra idea de una prisión para el alma, la sonrisilla como apurada y obligada, el ocultamiento de una conciencia, de un estado humano, ojos enrollados como la peor serpiente alrededor de una historia personal y desconocida de aquella mujer que parió once hijos, y solo dios sabe cuantos más, recae en un presagio que se interrumpe con las incógnitas que surgen de pronto y que no me apuro en aclarar.
De la abstracción que pudiese entrar en mis argumentos referidos al concepto que después y durante largos y aproximados diez minutos de mirar detenidamente la fotografía de la abuela (que no deja de dirigir sus tristes ojos hacia los míos), convierto la simpleza de un significado, desconocido, en nociones que se quedan demasiado rato en mi cabeza, preguntas sin respuestas que ni tarde ni temprano llegarán porque solo son testigos los protagonistas, y yo me quedo sentado en la última fila de butacas de un teatro vacío, sin ver nada. Es que acaso esta manera de interpretar algo tan cotidiano y absurdo se me escapa de las manos, despreocupándome totalmente de un cigarrillo que había encendido con el propósito de perderme adentro de la imagen y el papel que soporta el color desteñido de una realidad pasada.
No me he movido del sillón esquinero que me sostiene, es que esto es demasiado simple para dejarlo, y el cigarrillo casi consumido humea, la braza encendida quema el filtro de algodón, y aquel vapor albo y transparente se mete por mis fosas nasales, por eso me distraigo un rato y despabilo la postura a una un poco más cómoda y desinteresada, que tampoco logra hacer desviar mi atención de la fotografía de la abuela.
La abstracción, como no, importante...
Siempre espero que de un momento a otro el rostro cambie de expresión, que pestañee, que sonría o mueva un poco la cabeza hacia algún costado. No pasa nada. Por más que fijo mi vista no pasa nada, aparte de acudir los recuerdos más entrañables de la niñez y de mantenerme apegado a la idea de que algo sucederá con aquel camión, (con aquella mitad cromada), que claramente me doy cuenta de que esta mejor enfocada que la abuela; por eso aquel pensamiento de que el dueño fue el indiscutido y total autor de la foto.

Dar prioridad a la propia pertenencia es algo que todos tenemos. No recuerdo bien como murió la abuela. Una especie de alejamiento predispuesto me saca toda clase de conocimiento de algún hecho en concreto que haya rodeado en los últimos ocho años a la familia.

No es que su cara esté desdichada o malhumorada, sólo la sorprendieron, ella estaba desprevenida al momento en que se apretó el disparador, se nota, no hay expresiones que me hagan comprender si estaba feliz o lo que sea, de hecho el desenfoque me hace suponer que volteó o que corría o caminaba en sentido contrario al fotógrafo, hay una leve contorsión en su cuello que hace que insista en esto.
Cuando llegué me recibió una de las hijas pequeñas de mi tío, y lo único que salió de su boca fue; "Mis papás no están, andan comprando, espérelos sentado ahí" - y me envío a este sillón preferencial con vista a un mundo de dudas. Pero bueno, estoy esperando que alguien venga.
También ha existido una resistencia algo obligada de mi parte a mirar el cuadro, pero de las cinco o seis veces que le he prestado atención han salido estas palabras y los pensamientos algo turbulentos o nebulosos o alucinatorios o no sé.
Pasaron unos doce minutos más y me disponía a marcharme, así como suena, marcharme, mandando todo al diablo, me puse de pie y me acerqué a la fotografía de la abuela que me miraba y me miraba sin hablar, levanté la mano y la palpé como de despedida, le dije adiós. Le di un grito a Anita que jugaba sola en el patio trasero, me hizo un gesto, fui hasta la puerta, pero alguien se me adelantó a abrirla, era mi tío, nos saludamos y me excusé de que estaba apurado que solo había pasado por un rato y que en la espera el tiempo se me había agotado, que habría otra visita. Estuvo de acuerdo. Antes de voltear totalmente y continuar mi camino, quise preguntarle como había muerto la abuela, que yo no tenía ningún antecedente de aquel momento. - Fue terrible- me dijo - La atropelló un camión mientras paseaba por Cartagena-.
Cartagena- dije medio suspirando. Y claro, siempre faltaba algo que pensar cuando uno pensaba, la imaginación nunca era suficiente para concretar lo inconcretable. Y es que probablemente aquella foto también era la única que existía del camión, o la mitad de este. Quien sabe.
Me despedí y me puse a caminar bañado por la cálida luz del sol que justo empezaba a esconderse.

ALARGAMIENTO Y CONCLUSIÓN DE LOS SONIDOS

A veces la extensión invisible de los sonidos
aparece frente a nosotros como un eco imaginario...


Anoche, Mientras nos acostábamos, pensaba en lo solos y aislados que estamos, y en lo nuevo que esto resulta, porque la costumbre de estar rodeados por otros, de dormirse y amanecer sabiendo que al asomar apenas la nariz por alguna ventana de la casa nos encontraremos fugazmente con otras casas, lo que implica, vecinos y bullicios y niños y ladridos de perros o motores de automóviles zumbando muy temprano por las calles de la ciudad y el vecindario.
Aún no logramos comprender del todo la soledad evidente que nos es, a simple modo de verla, una compañera deseable y hasta querible, si pensamos que las vacaciones han sido tomadas cuando nadie las toma. Cuando solo quedan en los pueblos sus habitantes, el humo blanco de las chimeneas y el olor a pino de los bosques. Aunque en Marzo el hielo matutino y crepusculario aparece iniciando el desfile anticipado de un otoño que avecina un frío y lluvioso invierno.

Anoche sucedió una secuencia de sonidos inaudibles. Anoche, mientras el insomnio me tenia despierto y nervioso, pensando, y quieto por respeto a quien dormía plácida y profundamente a mi lado.
Las olas del mar, que está a escasos metros de la cabaña, aparentaban una marea alta y feroz, una luna menguante que a pesar de sus inamovibles cráteres deshabitados sabía bien lo que hacía con aquella grandeza, con aquella elocuente oscuridad desconocida.
El resultado de unas cuatro horas de permanecer despierto sin ver nada, escuchando y alargando la ilusión de ponerle fín a los ruidos nocturnos, dueños indiscutidos del mundo por la noche, y la idea de pasar aquel desagradable momento inventando sonidos en mi cabeza, para luego en un trabajo de la conciencia o la sugestión, escucharlos y dudar de aquella soledad o del aislamiento en que supuestamente nos encontramos. - Estamos sordos a la quebrazón de los vidrios - Dije la otra noche aludiendo a los varios metros a la redonda sin compañía alguna.

La cosa terrible es que esos sonidos ni siquiera existen, suenan, claro, pero solo dentro de la imaginación rotunda e imprevisible de la mente. El miedo no se hace esperar.
Después de apagar la luz y escuchar la respiración pesada y somnolienta de mi compañera, solo queda asumir valientemente el insomnio que me aquejará. Entonces en la misma penumbra que atraviesa la mirada, descarto todo lo que está en el interior de la habitación, ya que la misma luz del universo logra iluminar tenuemente el cuarto, los ojos se adaptan y logramos diferenciar la negrura que aparece cuando los cerramos que es total e infinita, con la que se nos cuela entre los ojos abiertos, el iris se abre al máximo y nos esforzamos por reconocer los objetos que llenan los espacios.

Primero fue el reventón de las olas en la arena, en la orilla húmeda y eterna que recibe los golpes del agua; si parece que escuchara el revolcarse de la resaca y los granos sueltos que parece que se devolvieran mar adentro sin prejuicios con el ahogarse en las profundidades oceánicas.
Me quedo aguantando la respiración por un momento con la intención de escuchar algo más, de ver la imagen flotante de lo que se me venga a la cabeza. Como caricaturas que dibuja el humo con las ráfagas que se desplazan livianamente por el encuentro sorpresivo de dos fenómenos; el de la densidad y el del espacio.

Lo segundo pareció un poco más confuso, entre aleteo y despliegue de hojas que caen por el follaje de los árboles, duró solo unos segundos, entre aleteo y despliegue, nada más que eso, ni siquiera bastó el esfuerzo al tratar de agudizar mis sentidos, fue solo eso, entre aleteo y despliegue de hojas.
Después uno se queda donde está, tendido a la espera del instante que me devuelva el sueño, el retorno del estado necesario, el descanso en horas que lo permiten. La noche y sus estaciones, nos repara, nos pasea por senderos mágicos, nos regala de pronto situaciones inesperadas que cambian de forma a medida que nos acercamos a la última parada y entonces amanece.

Luego, algo que sonó y me puso los pelos de punta, un grito o un silbido, una estridencia horrorosa, un mensaje audible que hasta un sordo escucharía. Puse atención, me detuve en la aclaración de lo que podría ser, repasé visiones y realidades cotidianas buscando una respuesta acertada. Se me vino a la mente un gran pájaro negro; pero no, debía ser algo más poderoso, como un hombre que huye gritando. Rehice la escena en el aire pero se esfumaba. Cómo no haber captado el sonido en toda su dimensión. Tal vez alguien necesitaba ayuda, o solo pude escuchar las últimas sílabas sin percatarme de la pérdida del resto de la palabra. Parece que alguien dijo mi nombre tan fuerte como un trueno, una voz me llamó y no lo entendí y seguía tendido en la cama. El miedo sanguíneo se hizo presente, el latido acelerado, el temblor. Hubiese podido hablarle a ella, hubiese podido preguntarle si escuchó el último sonido que había colmado el silencio. Probablemente lo hizo y decidió que era un ruido más de la noche. A lo mejor era eso. Un típico ruido de la noche. Me quedé allí, aferrado a la idea y a la obstinación de volver a escuchar aquel sonido, aunque intenté realizarlo de mí mismo, no hubo resultado positivo. El temor de estar acertado en una sola imagen ahuyentaba aun más el sueño.

No es imposible que jamás haya existido tal espelusnancia.
También la calle comete travesuras.

Después las oscuridades se fueron agudizando, el tiempo que pasaba entre el abrir y cerrar los ojos se hacía más extenso. Disminuyeron los sobresaltos, y en uno de esos abrires y cerrares se desvaneció el insomnio.

Cuando desperté por la mañana me convencí de que el ruido, el sonido inconcluso que me había aterrorizado, no era más que la caída y el golpe que se daba el sueño y se quejaba. El dormir que caía y aterrizaba como una fruta madura en la soledad de una tarde cualquiera.

UNA PEQUEÑA CABEZA DE PORCELANA

Una tarde, después del aviso del cierre de la salitrera, Benedicto recibió una visita del habitante más anciano quien llegó con una pequeña caja de cartón amarrada con un grueso hilo, Benedicto permanecía con el codo apoyado sobre la mesa acompañado de una botella de vino, pensando en el incierto futuro que se avecinaba para él y su familia, Benedicto estaba junto a la ventana que desnudaba confianzudamente el paisaje desértico. Don Tenorio dio tres golpes suaves en la puerta de entrada y al no recibir respuesta decidió entrar. Vio de inmediato a su amigo triste, se acercó con pasos cautelosos hasta quedar a su lado.
- ¿Que es lo que pasa Benedicto? -
- que no se como voy a mantener a mi familia ahora po' viejo - respondió sin siquiera levantar la cabeza hacia su interlocutor
- ¿por qué no me sirve un vasito de vinacho pa' que no tome solo mejor? - dijo mientras corría una vieja silla de mimbre, y se sentaba dejando sobre la mesa la cajita de cartón.
- en todo caso yo no soy el único que está así, los demás compañeros deben estar igualito, ahora todos tenemos el mismo problema
- bueno, algo habrá que inventar pue', si usted es joven no le faltará la pega
- los viejos siempre dicen lo mismo - replicó mirando por primera vez a su amigo y percatándose de que vestía un terno negro, sombrero y corbata - ¡va!, ¿y a usted que le pasó?
- na' po', ¿qué me va a pasar?, si vine a despedirme y a darle ánimo, a lo mejor se nos acabó el tiempo aquí, capaz que se viene otra cosa, algún cambio supongo
- ojalá sea pa' bueno no mas, mire que se andan hablando muchas leseras en la capital, como que fuese a haber una guerra, yo no sé si creer pero harto denso que está el aire.
- Sabe que?, yo le aconsejo que tome a la iñora y a su guagua y se vayan cantando pa' Antofagasta, tengo un amigo que trabaja en las salitreras de por allá y le dije que usted iba a ir a visitarlo. Usted no tiene na` que quedarse aquí. - Tomando la cajita de cartón -
Mire, le traje un regalito pa' que se acuerde de mi po', de su amigo Tenorio.
El anciano estiró el brazo y le entregó la caja a Benedicto quien la miró, desató el hilo y la abrió
- ¿una muñeca?. ¿Y pa' que quiero yo una muñeca?
- es de porcelana, dicen en la ciudad que estas cositas dan buena suerte. !Ya!, me tengo que ir ahora mire que ando muy acupado haciendo otros menesteres. Venga paca deme un abrazo de amigo.
Benedicto se puso de pie y estrechó en un largo abrazo al anciano, que después de un momento volteó y salió por la puerta. Benedicto quedó solo en la casa, miró por la ventana y recién se pudo percatar de que afuera oscurecía, había estado tan metido dentro de su amargura que en los últimos días no le había importado nada. Sacó la pequeña mujercita de porcelana de la caja y caminó hasta la vieja repisa pegada al muro donde la puso con sumo cuidado, la miró por un momento y sonrió.
Después de un rato llegó Carmen, su esposa, Benedicto pensó que había pasado demasiado tiempo en la calle y trató de reprenderla preguntándole dónde había estado.
- ¿Me preguntas dónde he estado?, se nota que hai' estado ahogando tus penas en la botella po'' Benedicto, se nota que hace tiempo que no te parabai. En el funeral de Don Tenorio andaba po' ¿donde más?, ayer vino la Hortencia a avisarnos, pero vo' estabai como piojo, vai' a tener que irte con cuidadito con el vino mira que tenis que trabajar o sino yo me mando a cambiar y te quedai solito no más.
Benedicto no le quitaba los ojos de encima a Carmen, no decía nada, caminó hasta donde estaba el reciente regalo, tomó la muñeca y la miró, justo cuando se disponía a contarle a su esposa de su encuentro con Tenorio se dejaron caer estrepitosamente los milicos. La muñeca cayó al suelo partiéndose justo en la cabeza y dejando en el piso miles de pequeños brillos apagados.

FORMAS DE CONTROLAR EL MIEDO

Una vez que decidiste voltear, dejaste caer la mano pesadamente sobre la silueta desprotegida que descansaba a tu lado, la tocaste como queriéndola, como si todo ese cuerpo no fuese mas que una imagen reconocida desde la cercanía de tu alma, ni siquiera te habías percatado de la luminosidad del cuarto, que si mal no recuerdo, estaba instalado dentro de una casona demencialmente gigante. Claro, había que mirarte tirado en esa cama casi desecha para comprender tu falta de tacto al hacer la elección de un hogar. Nada es como antes Pelayo. Nada.
Todos dicen que en estos últimos días has andado cabizbajo y desaliñado, que tu rostro casi ha desaparecido, y yo no se si creerlo, no se si aferrarme al recuerdo de tu imagen caminando junto a los pasos perdidos de tu vida, o si simplemente debo lograr imaginarme una suerte de metamorfosis con tu cara (tan desecha ademas. Nunca es necesario desarmar las historias. Golpes de terciopelo rozaron esas mejillas, de las que nadie se ha enamorado, es como decirte; !Pelayo, cambia el pasado, deja el presente, olvida el futuro!. Pelayo, ya nada vale la pena).
Cada vez que comienzo a hablarte me miras sin comprender nada, con esos escalofríos tan propios de ti, no se, estaría Bien que me explicaras la razón de tu silencio tan sublime. El miedo de cada uno es como la Rémora, se nos pega al cuerpo, se alimenta de nuestras ideas y pensamientos, no hay nada que la despegue, ni siquiera algún momento heroico. Siempre esta allí, chupándonos la sangre que descuelga los atardeceres y espera las noches del mundo, nunca opta por la retirada. Particularmente, la Rémora desmorona al valiente, lo hunde en los misterios mas extraños y lejanos, quita de la piel el color, el aroma, nos va consumiendo despiadadamente, la Rémora no escucha las palabras que le puedas decir. Siempre esta ahí Pelayo. Siempre esperando el momento justo para tirarte contra la muralla, para aplastarte sin disimulo, sin siquiera tener un chorrito de vergüenza, créeme , no estoy inventando nada, yo te veo allí sobre ese colchón fétido dejándote llevar por la inconsciencia, por los ojos cerrados, por los movimientos sin sentido que realizas junto a ese cuerpo imaginario.
El sueño no puede ser mas enorme, la invisibilidad de la rapidez con que te mantienes sobre el peso de tu cuerpo da la sensación de que la voz marchita de quien duerme junto a ti no existiera. Me cuesta creer que acaricies tan de cerca el abismo, me sorprende tu coraje, esa facilidad tan increíble de poder hablar dormido.
No te atrevas a mirar el reflejo pálido de la muerte Pelayo, sigue soñando con el caudal mentiroso de la vida, no veas lo que tienes junto a ti, aquella cosa seca que te añora, que se desploma en lamentos amargos, tristes y negros.
Mira, Hay de todo. Cuando entraste a este cuarto (que me sostiene de pie bajo el umbral de la puerta) nunca imaginaste que no me volverías a ver, pues lo mas complicado de vivir es no saber a que atenerse. Normalmente, hubiese esperado un abrazo de tu parte, una cerveza helada y las palabras en la terracita que tenias en esa inolvidable cabaña de bambúes, después, el tipico sentimentalismo tan propio de nuestras borracheras, para terminar con los respectivos perdones. Pero no, esta vez te veo de frente, yo de pie y tu acostado entregándote a esa mujer traicionera, a esa reina que te frota con sus piernas, que exprime inevitablemente tu aroma de hombre.
(la ventana se abre de golpe, el ruido entra de golpe, la luz entra de golpe, el agua entra de golpe)
La casona demencialmente gigante retiene tus terrores, los asimila y aprisiona en sus pasillos largos y tenues.
La casona demencialmente gigante guarda caprichosamente los signos vitales de tus miedos, los aprieta entre las trizaduras perversas de la soledad.
Una radio suena en el rinconcito amarillento del cuartucho.
Llegaron unos hombres a buscarte, me retiro dándole el ultimo vistazo a lo que fuiste.
Solo un consejo Pelayo.
" Mira a la muerte a los ojos, luego déjate invadir por la pena, acércate a ella y bésala. Después despídete sin despedirte, háblale sin decirle nada, confúndela, hazle saber que no le temes, dile que no le crees, pero que como no hay otra alternativa que elegir, que igual te iras con ella".

Campeones de Antaño.

Lo veo desde abajo, un golpe en el mentón lo obliga a tomar las cuerdas que rodean el cuadrilátero, de pronto aterriza bruscamente sobre el piso, se queda allí tratando de afirmar las pupilas que parece que temblaran, una mano empuñada resiste el peso de su cuerpo, no quiere caer y desvanecerse y perder y sufrir y ver como soy testigo de su derrota, !como si importara!. Cuatro, cinco, seis, hay mucha gente exitada con la caída, el contrincante permanece en uno de los rincones observando con un poco de felicidad aquel triste cuadro de violencia. Siete, ocho, se pone de pie, inestable, como si no bastara con que la vida fuese lo suficientemente tambaleante para el, siempre que esta en el ring se olvida de todo, nunca recuerda que estación es, ni que día, ni que en casa lo esperan para la cena. Sucede que la tarde no comprende el afán por autodestruirse, entonces se va dejando una extenso perfume de desilusion y todo el mundo se contagia por que la verdad es que la obra que se exhibe enfrente no tiene nada de irreal.
La campanilla envía a ambos a darse un buen trago de agua, a limpiar sus heridas y a recibir instrucciones. Mientras el publico cumple con el ritual de la espera observo el lugar, los muros están casi completamente cubiertos con afiches que anuncian la pelea de un par de jóvenes novatos listos para iniciarse profesionalmente, en la entrada están colgados unos carteles pintados con la cara de Martín Vargas destrozada por el alcohol, la pobreza y el envejecimiento. Recién comprendo que toda esta salpicadura de sangre es por rendirle un homenaje, debe estar aquí, lo busco y lo encuentro sentado en la galería triste, la felicidad no llega con una simple manifestación del recuerdo, su sonrisa parecía perdida, estampada tal vez en los guantes de algún compañero de profesión, ojillos abatidos, expresión olvidada en las tristes ráfagas de un paseo dominical, la soledad se perpetua sentada a su lado entregándole el oxigeno y la fuerza de mantenerse en pie, no se. Entre muerte y desencanto y oscuridad y dolores esporádicos de por vida comenzó a aplaudir el nuevo Round.
Salieron al ring, salieron al estruendo de los gritos de quienes presenciaban la gresca, el contrincante balanceaba de un lado a otros los hombros, mostraba la goma amarillenta que le protegía los dientes, su piel asemejaba una gota que se resbala por un palo encebado, sus ojos temibles como llamas asesinas, sus piernas veloces como el paso de una estrella fugaz por el cielo nocturno.
Pero había uno solo que me importaba, lo veía desde mi asiento intentando engañar con una especie de danza mentirosa al extranjero que no le quitaba los ojos de los ojos, Martín estaba atento, sabia que en cualquier momento el rostro de uno de ellos recibiría un buen gancho en la barbilla y terminaría todo,
llegaría la negrura, el triunfo, la derrota, como siempre las cosas debían finalizar, mal que mal tenia el ejemplo presente en su memoria como una herida siempre abierta.
El extranjero acertó en la cara de su rival, luego vino un derechazo entre los ojos de quien fuera la esperanza del boxeo nacional, el extranjero titubeo pero se mantuvo de pie, seguían bailando, seguía existiendo el deseo de vencer, después un golpe tan duro como un fierro se deposito sobre la ceja izquierda del chileno quien fue a dar directamente al piso, me puse de pie, todos se pusieron de pie, dos, tres, cuatro, la gente empezó a contar, cinco, seis, siete, lo veía desde abajo y me volvió a mirar y sentí su dolor y su hilillo que brotaba de su ceja y su rendición elocuente y su vergüenza porque no había podido dar una felicidad a quien fuese el mejor boxeador chileno de la historia. Sostenido en sus piernas y en sus brazos levantó la cabeza hacia Martín Vargas y en sus ojos le transmitió su incapacidad y sus disculpas, Martín se reflejó en sus luceros nebulosos, Martín bajó la mirada, ocho, nueve, diez, fuera y el termino de una estupidez, corrí hasta el descalabrado al mismo tiempo en que una leve corriente balanceaba los carteles colgantes, la sombra de la muerte se iba al momento en que mi padre se levantaba, me quede viéndola irse, como protegiendo al púgil que me había dado la vida, no quería que la de él se acabara, la muerte volteó por última vez, y ya convencida, se alejó perdiéndose en la tenebrosidad de sus pasos.

AMOR DE AMORES

Galemiri ni siquiera había aparecido y lo nombraban como la gran figura, como voy a entender tal falsedad, si la participación de Federico era magistral pero nunca lo tomaban en cuenta. Así que decidí apagar el receptor y salí a caminar con la idea de tomar el fresco de la tarde.

Faltaba amor, amor verdadero. Aunque no estoy seguro de que exista la mujer que logre comprender que para un hombre el fútbol es un elemento de vida esencial. Como no, si está comprobado que sus adeptos aumentan día a día y no hay arrepentimientos ni nada.
El fútbol gusta y apasiona, tal vez el paralelo y la comparación de este con el amor resulte ridículo, pero vale la pena el intento. Aunque todo esto resulte una estupidez, una ilusión, un sueño surrealista sin ninguna posibilidad de cumplirse. Me arriesgo.

!Oh amor mío!, ¿por que no apareces de una vez?, ¿de una buena vez?. Estoy solo frente al aparato radiofónico, necesito una compañera que maraville los días de la vida, falta alguien que apacigüe el fuego intenso que se levanta inevitablemente, falta un amor que me emborrache con sus caricias y sus besos. Lo tengo todo y a la vez no tengo nada, una puesta de sol y su color dorado no es visible a mis ojos si decides no venir.
Me recuerdo que hoy se juega la final del campeonato de apertura, a las nueve de la noche, el ritual se presenta completo unicamente si estoy allí para escucharlo. El relato de aquel hombre, aquella pasión extraña es mía, mía por una hora y media, una mujer lo podría ser mas, una mujer podría disfrutar los momentos tan llenos de acariciar y decir palabras bellas. Una mujer podría ser mía por siempre, pero el encuentramiento no se concluye, no es como mover la perilla del receptor buscando al mejor comentarista, no es así. La dificultad del amor demuestra una intensión que prohibe las formas y las maneras simples de realizar una unión entre dos cuerpos. La manera de quererte mujer invisible y lejana, mujer oculta y desconocida no me evites las palabras, no borres con el aire esta forma tan grabada en mis labios de tenerte.
Cada vez que algún jugador se acerca a la zona de gol, el que comenta sube considerablemente el volumen de su voz citando alegremente una eventual marcación, un pronto y certero tiro al arco que dio justo en las redes y convierte a uno de los equipos en ganador.
El amor gana, el amor siempre gana, hace falta aquella sensación tan sublime de vencer. El tema de la equivocación o el estar acertado son fluidos que recorren lo falso o lo verdadero que trae consigo amar a alguien. En el aceptar, conocer y quedarse esta la clave del éxito, no así errar en la elección de la mujer precisa para compañera y receptora eterna de esos verdaderos sentimientos que uno puede llegar a poseer y sentir por otro ser humano. Con el sexo llega el clímax y la celebración evidente y a vivos ojos simultanea de una lujuria inevitable del fanatismo.
Se pueden llegar a ver tres o más programas de televisión que muestren las anteriores frases unidas y gritadas por el comentarista, que no se ve, que no existe a la vista, sino que solo a los oídos, existe solamente como una historia relatada, un ruido, una mezcla de voces que alternan publicidad, relato deportivo y el tiempo como hora que pasa frente a cualquiera que vive.

No me gusta que sigan vanagloriando a Galemiri, ni tampoco a Federico porque perdió un penal. Creo que el mas indicado para haberlo pateado era Manuel porque él si que era la verdadera figura del encuentro.

No queda otra que aceptar al fútbol como el amante perfecto, y al balón como a la mujer deliciosa que sabe recibir el cariño de los empeines y de los bordes internos y externos.
El amor hace falta, pero nunca tanto, a veces llega tan efimeramente que ni siquiera se siente. Aunque no voy a decir que no quiero a una mujer cerca, ni mucho menos que no tenga intensiones de amar.
El amor hace falta para todos, el deslice de las manos por la piel suave y delicada, femenina y curva, por unos senos, por unas caderas carnosas y cálidas en invierno, unos ojos contemplándote mientras duermes, que te reciben cuando aclara, los que miras y ves caer en el sueño, vencidos y tranquilos, amables y tuyos.



Hace falta el amor como condimento para el fútbol, amante impreciso y egoísta, que no pertenece a nadie pero que pertenece a tantos, causante indiscutido de los suspiros de los hombres como hombres, también de algunas mujeres, protagonistas de incomprensiones y reclamos en su contra.
Es bueno pasar la vida junto a ellas, ellas como ellas y no como lo que se crea mejor para los instantes.
No hay como mirar al cielo con sus racimos de estrellas, el crepúsculo que nace cuando el sol se tiñe de anaranjado y se ahoga valerosamente en el horizonte. Hace falta el comentario, hace falta ser escuchado y la critica respectiva de las ideas, el retorno de los ojos y las manos sobre el cuerpo. Hace falta el amor.

Como decir. Se acerca el fin del campeonato de apertura y en el entretiempo pienso en todo esto. Mañana es el clásico, el fútbol espera el momento para volver a existir y recomenzar, la multitud tan renombrada por la prensa y por el comentarista duerme.
Te quiero a ti en medio del escenario, te quiero a ti a mi lado, sin reproches a las elecciones, sin palabras que nos desgasten en una mala y equivocada manera de amarnos.

La felicidad del gol se manifiesta en las palpitaciones, en la sangre que te sube a la cabeza.
Deséame una noche y quita de mí estas ansias del acercamiento, de la ambición de que existas. Deséame siempre. Mujer, hembra. Mujer femenina.

El campeonato de apertura finaliza mañana y no sé quien ganara el partido, solo tengo la claridad de que hace falta el amor.
Me devuelvo, el noticiario muestra los goles de la segunda división, oscurece y yo solo pienso en que mañana todo termina, pienso en tu cara que grita el gol de nuestro equipo favorito.
Te busco entre la gente y te reconozco, liviana y nueva, pequeña y redonda, atenta al pitazo de inicio justo en medio del circulo central.