Friday, May 05, 2006

ALARGAMIENTO Y CONCLUSIÓN DE LOS SONIDOS

A veces la extensión invisible de los sonidos
aparece frente a nosotros como un eco imaginario...


Anoche, Mientras nos acostábamos, pensaba en lo solos y aislados que estamos, y en lo nuevo que esto resulta, porque la costumbre de estar rodeados por otros, de dormirse y amanecer sabiendo que al asomar apenas la nariz por alguna ventana de la casa nos encontraremos fugazmente con otras casas, lo que implica, vecinos y bullicios y niños y ladridos de perros o motores de automóviles zumbando muy temprano por las calles de la ciudad y el vecindario.
Aún no logramos comprender del todo la soledad evidente que nos es, a simple modo de verla, una compañera deseable y hasta querible, si pensamos que las vacaciones han sido tomadas cuando nadie las toma. Cuando solo quedan en los pueblos sus habitantes, el humo blanco de las chimeneas y el olor a pino de los bosques. Aunque en Marzo el hielo matutino y crepusculario aparece iniciando el desfile anticipado de un otoño que avecina un frío y lluvioso invierno.

Anoche sucedió una secuencia de sonidos inaudibles. Anoche, mientras el insomnio me tenia despierto y nervioso, pensando, y quieto por respeto a quien dormía plácida y profundamente a mi lado.
Las olas del mar, que está a escasos metros de la cabaña, aparentaban una marea alta y feroz, una luna menguante que a pesar de sus inamovibles cráteres deshabitados sabía bien lo que hacía con aquella grandeza, con aquella elocuente oscuridad desconocida.
El resultado de unas cuatro horas de permanecer despierto sin ver nada, escuchando y alargando la ilusión de ponerle fín a los ruidos nocturnos, dueños indiscutidos del mundo por la noche, y la idea de pasar aquel desagradable momento inventando sonidos en mi cabeza, para luego en un trabajo de la conciencia o la sugestión, escucharlos y dudar de aquella soledad o del aislamiento en que supuestamente nos encontramos. - Estamos sordos a la quebrazón de los vidrios - Dije la otra noche aludiendo a los varios metros a la redonda sin compañía alguna.

La cosa terrible es que esos sonidos ni siquiera existen, suenan, claro, pero solo dentro de la imaginación rotunda e imprevisible de la mente. El miedo no se hace esperar.
Después de apagar la luz y escuchar la respiración pesada y somnolienta de mi compañera, solo queda asumir valientemente el insomnio que me aquejará. Entonces en la misma penumbra que atraviesa la mirada, descarto todo lo que está en el interior de la habitación, ya que la misma luz del universo logra iluminar tenuemente el cuarto, los ojos se adaptan y logramos diferenciar la negrura que aparece cuando los cerramos que es total e infinita, con la que se nos cuela entre los ojos abiertos, el iris se abre al máximo y nos esforzamos por reconocer los objetos que llenan los espacios.

Primero fue el reventón de las olas en la arena, en la orilla húmeda y eterna que recibe los golpes del agua; si parece que escuchara el revolcarse de la resaca y los granos sueltos que parece que se devolvieran mar adentro sin prejuicios con el ahogarse en las profundidades oceánicas.
Me quedo aguantando la respiración por un momento con la intención de escuchar algo más, de ver la imagen flotante de lo que se me venga a la cabeza. Como caricaturas que dibuja el humo con las ráfagas que se desplazan livianamente por el encuentro sorpresivo de dos fenómenos; el de la densidad y el del espacio.

Lo segundo pareció un poco más confuso, entre aleteo y despliegue de hojas que caen por el follaje de los árboles, duró solo unos segundos, entre aleteo y despliegue, nada más que eso, ni siquiera bastó el esfuerzo al tratar de agudizar mis sentidos, fue solo eso, entre aleteo y despliegue de hojas.
Después uno se queda donde está, tendido a la espera del instante que me devuelva el sueño, el retorno del estado necesario, el descanso en horas que lo permiten. La noche y sus estaciones, nos repara, nos pasea por senderos mágicos, nos regala de pronto situaciones inesperadas que cambian de forma a medida que nos acercamos a la última parada y entonces amanece.

Luego, algo que sonó y me puso los pelos de punta, un grito o un silbido, una estridencia horrorosa, un mensaje audible que hasta un sordo escucharía. Puse atención, me detuve en la aclaración de lo que podría ser, repasé visiones y realidades cotidianas buscando una respuesta acertada. Se me vino a la mente un gran pájaro negro; pero no, debía ser algo más poderoso, como un hombre que huye gritando. Rehice la escena en el aire pero se esfumaba. Cómo no haber captado el sonido en toda su dimensión. Tal vez alguien necesitaba ayuda, o solo pude escuchar las últimas sílabas sin percatarme de la pérdida del resto de la palabra. Parece que alguien dijo mi nombre tan fuerte como un trueno, una voz me llamó y no lo entendí y seguía tendido en la cama. El miedo sanguíneo se hizo presente, el latido acelerado, el temblor. Hubiese podido hablarle a ella, hubiese podido preguntarle si escuchó el último sonido que había colmado el silencio. Probablemente lo hizo y decidió que era un ruido más de la noche. A lo mejor era eso. Un típico ruido de la noche. Me quedé allí, aferrado a la idea y a la obstinación de volver a escuchar aquel sonido, aunque intenté realizarlo de mí mismo, no hubo resultado positivo. El temor de estar acertado en una sola imagen ahuyentaba aun más el sueño.

No es imposible que jamás haya existido tal espelusnancia.
También la calle comete travesuras.

Después las oscuridades se fueron agudizando, el tiempo que pasaba entre el abrir y cerrar los ojos se hacía más extenso. Disminuyeron los sobresaltos, y en uno de esos abrires y cerrares se desvaneció el insomnio.

Cuando desperté por la mañana me convencí de que el ruido, el sonido inconcluso que me había aterrorizado, no era más que la caída y el golpe que se daba el sueño y se quejaba. El dormir que caía y aterrizaba como una fruta madura en la soledad de una tarde cualquiera.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home