Friday, May 05, 2006

ABSTRACCIÓN EN LA FOTOGRAFÍA

No nos sirve de nada la memoria si la usamos erroneamente, como queriendo acudir a los instantes, como insistiendo en practicar un arrepentimiento, por sobre todo, inútil.
La fotografía meticulosamente enmarcada y colgada en el muro justo sobre el gran sillón, me mira. Existe un cierto dejo de incumplimiento con la naturaleza en aquellas tristes y turbias pupilas, por ahora no hay razones para llorar, menos después de que ha pasado tanto tiempo.
La imagen del cuerpo atrapado en una lámina de papel brillante, evidentemente mal enfocada por el autor y equivocadamente procesada en su revelado, y la idea tan acertada y corroborada por la familia de decir que aquel pedazo de insignificancia es la única fotografía captada de la abuela, me hacen surgir un pesar y una transgresión insoportables. Claro, aunque si se tratara de andar de crítico con algo tan feo pero tan importante emocionalmente para toda una familia caería en un pecado de soberbia y poca aceptación, en última instancia se respeta el valor por ser la única imagen, el único rictus repentinamente paralizado para siempre en un rostro maternal, y principalmente femenino sorprendido infraganti justo en un momento de desconsuelo.
Además es necesario tener en cuenta el poco derecho (casi inexistente) que tengo de dar una opinión acerca de la fotografía y todo lo que la sostiene, porque han pasado ocho años desde que ya no tengo ningún acercamiento con esta parte de la familia. Solo el recuerdo del velorio, el funeral y uno que otro pasaje de infancia en casa de la abuela.
Me quedo solo frente al retrato, de plano medio, tras el cuerpo vestido de chalequín azul, delgado y viejo logro percatarme de que un camión permanece estacionado, mas bien la mitad de la parte delantera del camión. Que por simple cuestión de conocimiento y costumbre lo reconozco. La abuela está sobre él, superpuesta a las visiones que pueda causar aquel trozo de imagen en segundo plano, me pongo a pensar en su relación con el vehículo; tal vez la esperaba, tal vez el fotógrafo lo conducía, o que la instantánea había sido tomada por un antiguo amante que la encontró en la calle un día cualquiera y una vez enterado del fallecimiento acudió con la foto donde sus familiares para que la conservaran. Si sucedió así, la critica se sumerge y desaparece en las peores espelusnancias y reproches que usted pueda imaginar y lanzarme en la cara.
La representación de una realidad de hace años, la hora de un día determinado, el instante, la alucinación de la cara con todos sus órganos despiertos, la macabra idea de una prisión para el alma, la sonrisilla como apurada y obligada, el ocultamiento de una conciencia, de un estado humano, ojos enrollados como la peor serpiente alrededor de una historia personal y desconocida de aquella mujer que parió once hijos, y solo dios sabe cuantos más, recae en un presagio que se interrumpe con las incógnitas que surgen de pronto y que no me apuro en aclarar.
De la abstracción que pudiese entrar en mis argumentos referidos al concepto que después y durante largos y aproximados diez minutos de mirar detenidamente la fotografía de la abuela (que no deja de dirigir sus tristes ojos hacia los míos), convierto la simpleza de un significado, desconocido, en nociones que se quedan demasiado rato en mi cabeza, preguntas sin respuestas que ni tarde ni temprano llegarán porque solo son testigos los protagonistas, y yo me quedo sentado en la última fila de butacas de un teatro vacío, sin ver nada. Es que acaso esta manera de interpretar algo tan cotidiano y absurdo se me escapa de las manos, despreocupándome totalmente de un cigarrillo que había encendido con el propósito de perderme adentro de la imagen y el papel que soporta el color desteñido de una realidad pasada.
No me he movido del sillón esquinero que me sostiene, es que esto es demasiado simple para dejarlo, y el cigarrillo casi consumido humea, la braza encendida quema el filtro de algodón, y aquel vapor albo y transparente se mete por mis fosas nasales, por eso me distraigo un rato y despabilo la postura a una un poco más cómoda y desinteresada, que tampoco logra hacer desviar mi atención de la fotografía de la abuela.
La abstracción, como no, importante...
Siempre espero que de un momento a otro el rostro cambie de expresión, que pestañee, que sonría o mueva un poco la cabeza hacia algún costado. No pasa nada. Por más que fijo mi vista no pasa nada, aparte de acudir los recuerdos más entrañables de la niñez y de mantenerme apegado a la idea de que algo sucederá con aquel camión, (con aquella mitad cromada), que claramente me doy cuenta de que esta mejor enfocada que la abuela; por eso aquel pensamiento de que el dueño fue el indiscutido y total autor de la foto.

Dar prioridad a la propia pertenencia es algo que todos tenemos. No recuerdo bien como murió la abuela. Una especie de alejamiento predispuesto me saca toda clase de conocimiento de algún hecho en concreto que haya rodeado en los últimos ocho años a la familia.

No es que su cara esté desdichada o malhumorada, sólo la sorprendieron, ella estaba desprevenida al momento en que se apretó el disparador, se nota, no hay expresiones que me hagan comprender si estaba feliz o lo que sea, de hecho el desenfoque me hace suponer que volteó o que corría o caminaba en sentido contrario al fotógrafo, hay una leve contorsión en su cuello que hace que insista en esto.
Cuando llegué me recibió una de las hijas pequeñas de mi tío, y lo único que salió de su boca fue; "Mis papás no están, andan comprando, espérelos sentado ahí" - y me envío a este sillón preferencial con vista a un mundo de dudas. Pero bueno, estoy esperando que alguien venga.
También ha existido una resistencia algo obligada de mi parte a mirar el cuadro, pero de las cinco o seis veces que le he prestado atención han salido estas palabras y los pensamientos algo turbulentos o nebulosos o alucinatorios o no sé.
Pasaron unos doce minutos más y me disponía a marcharme, así como suena, marcharme, mandando todo al diablo, me puse de pie y me acerqué a la fotografía de la abuela que me miraba y me miraba sin hablar, levanté la mano y la palpé como de despedida, le dije adiós. Le di un grito a Anita que jugaba sola en el patio trasero, me hizo un gesto, fui hasta la puerta, pero alguien se me adelantó a abrirla, era mi tío, nos saludamos y me excusé de que estaba apurado que solo había pasado por un rato y que en la espera el tiempo se me había agotado, que habría otra visita. Estuvo de acuerdo. Antes de voltear totalmente y continuar mi camino, quise preguntarle como había muerto la abuela, que yo no tenía ningún antecedente de aquel momento. - Fue terrible- me dijo - La atropelló un camión mientras paseaba por Cartagena-.
Cartagena- dije medio suspirando. Y claro, siempre faltaba algo que pensar cuando uno pensaba, la imaginación nunca era suficiente para concretar lo inconcretable. Y es que probablemente aquella foto también era la única que existía del camión, o la mitad de este. Quien sabe.
Me despedí y me puse a caminar bañado por la cálida luz del sol que justo empezaba a esconderse.

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