Friday, May 05, 2006

EL GRINGO TRISTE VISITA CUAYET CITY

El gringo miró por tercera vez el reloj, así era como se le iba la vida, entre hora y hora, como intentando traspasar los momentos de infortunio que se lo habían venido comiendo desde hacía rato.
Estaba tan solo allí, en aquel cuarto de hotel barato, tenía colmados los nervios debido a la espera que parecía que nunca concluiría. Recordaba la cara de Floyd diciéndole aquella frase enredada, palabras que debía decir en caso de que lo descubrieran un día y no tuviese oportunidad de escapar y salvarse. De alguna manera podía comprenderlo, de alguna manera me percataba de que la tristeza que le llenaba su corazón de gringo no acabaría nunca, y hay que ver que la sensación de tristeza siempre posee un toque desagradable para quien la logra conocer, aunque sea por un rato, nada completa el deseo y la acción de borrarla de pronto, aunque los intentos por ocultarla sean grandes y todo quede donde mismo.
Pobre gringo no sabía lo que le esperaba y yo me retorcía en las ganas de decírselo y que huyera, entonces tal vez con una mirada fugaz y oportuna que traspasaría los colores y las leyes de la electricidad o de la imposibilidad como de imposible que resultaba tal pensamiento imposible de efectuarse, y aunque lo hiciera lograr quedar en un estado tranquilo y de normalidad sabiendo que aquella imposibilidad se cumplió única y exclusivamente porque el corazón y el buen deseo eran más potentes que todo, la ayuda se concretaría y nunca sabría por qué, si no que solo volvería a existir en mí la creencia de que no existe lo imposible, y el gringo no sabría que decir y lo más seguro es que volvería a su historia de sufrimiento y tristeza y yo me quedaría sentado sin decir nada, porque nada podría decir, y fumaría un cigarrillo postrado en la intranquilidad y el nervio de lo incumplible.
Floyd era como el pensamiento repentino que cae de la nada y se queda flotando durante largas horas en la cabeza del gringo Paul, gringo desdentado y moribundo, de tiempos y momentos contados, de pisadas y huellas temblorosas y débiles.



Floyd era como un guijarro caído del techo. Y esas palabras confusas que dijo, tan llenas de dolor y quejidos mientras se le terminaba la vida y el gringo le escuchaba con la cara apoyada en su vientre.
Repentinamente decidió salir de allí, cargó la pistola con las únicas dos balas que le quedaban, acudió al baño y enfrentó su imagen por un momento mientras se daba valentía para terminar lo que había empezado, lo haría por Floyd y nada lo impediría, entre un juego de convencerse y un pedazo de tela amarrado en la herida saldría a acabar con aquella misión tan importante.
La calle estaba vacía, el pueblo permanecía evidentemente tranquilo, silencioso y cómplice de aquella rebeldía inesperada que pronto dejaría ver algo que probablemente había sucedido muchas veces antes entorpeciendo aquella paz tan fuera de contexto en ese momento.
El gringo observó todo secretamente oculto tras la puerta del hotel, una leve pero insistente sombra le caía en su cara, puntualmente en sus ojos, que se escondían sublimes a lo divino, divino a lo majestuoso y ni siquiera sé por qué pero había que aceptarlo.
De pronto, una mano delgada y blanca tocó el brazo del gringo que justo empezaba a salir, en un sobresalto, Paul volteó rápidamente desenfundando el arma y presto a apretar el gatillo y despachar al atrevido que lo detenía, y como si nada, como si todo, como si fuese mentira y sus ojos le jugaran un engaño, vio frente a él la cara más hermosa que jamás haya visto, una mujer bella e infaltable a la hora de las suertes en esos momentos tan definitorios. Sin decirle nada lo tomó por el cuello y le besó los labios, sin decirle nada, el gringo respondió con el mejor de sus besos y apretones desesperados, después de eso vino la frase, quien eres tú que despojas de mis labios el mejor beso, quien eres mujer bella y universal, ¿acaso has venido a llevarte mi alma antes que se la lleven los demonios? (vaya). No. Soy María la hija del segundo esposo de mi madre, te he observado sin que te des cuenta, he visto la preocupación que te emborracha y sé que estás herido, déjame ayudarte. Es que debo completar el último deseo de Floyd, mi gran compañero, que murió fulminado por seis balas. ¿Y cual es ese deseo tan importante que te hace arriesgar la vida?. No lo sé, nunca logré comprender lo que me dijo a la hora de morir... Eres tan bella, pero debo irme. Bien, bésame por última vez.
Entonces el desafortunado besó al ángel suave y hermoso dejando caer sobre sus mejillas un par de gotas de lágrima que terminaron cayendo al piso y haciendo explosión sobre las ilusiones. (El gringo se lo merecía).

Después de despegar los dedos suyos de los de ella pudo salir a la intemperie y a la suerte de lo que viniera, en la calle nada había cambiado, los sonidos rebotaban tan solo como alucinaciones molestas dentro de la cabeza de Paul. Empezó a dar pasos muy lentamente, sin dejar de mirar hacia todos lados y sin dejar de empuñar su arma. Llegó hasta la inmensidad de la calle que atravesaba el pueblo soportando el calor y la brisa espesa que la recorría, dio una fugaz mirada hacia atrás haber si aquella muchacha aún lo observaba, pero ya se había ido.
Si tan solo supieras amigo mío lo que estoy haciendo por ti, Floyd, amigo eterno, si tan solo supieras que lo único que deseo es terminar con esto de una buena vez, salir ileso y volver con aquella dama exquisita que dejó en mis labios el más placentero y rico perfume de frutas, solo tengo la claridad de una de tus palabras Floyd, Cuayet City, y aquí estoy pero no sé para adonde tengo que ir. Dijo el gringo murmurando mientras avanzaba cautelosamente sobre sus pasos. Al cruzar la calle, Paul entró a la única cantina que había en el pueblo, pidió un tequila y se sentó junto a la ventana, aún tenía el dedo en el gatillo, al parecer necesitaba un descanso. Se empinó el vaso cerrando los ojos para disfrutarlo y refrescarse, volvió a ponerlo sobre la superficie de la mesa y al abrir los ojos para retomar la vigilancia vio frente a sí un cuerpo y una pistola apuntándole, empezó a subir la mirada despacio, cuidadosamente, para ver la cara de su inesperado visitante, los ojos lentos, ralentados, casi blancos que terminaron siendo un casi perfecto encuentro fatal le hizo caer la mirada y el rostro, soltó el gatillo y dejó el arma sobre la mesa, (en el contraplano todos abrieron la boca), Paul no entendía nada y Floyd lo miraba con una sonrisa diabólica en la boca, un gesto que decía sin decir palabras sin palabras.

Después de esta imagen tan sorpresiva me dieron ganas de felicitar a quien había escrito tal historia, de traición y lealtad, él publicó no se movía de las butacas del Mayo, la pantalla tremenda y la oscuridad y la concentración habían venido como lo hacen siempre aquellos instantes entregados a ver algo de cine tranquilo, sin bullicios ni teléfono que suene. El cine ha sido un gran invento y una gran ayuda a la abstracción, una invitación a entrar a realidades paralelas, aunque siempre que estaba por terminar la película o por la línea inferior se dejaban asomar los créditos con los nombres de los participantes en el film me bajaba una especie de pena, algo así como la tristeza que durante toda la película había expresado el gringo porque me recordaba que se aproxima la hora de salir a la ciudad, al día y recomenzar las cotidianeidades típicas que rodean a los hombres.

En la última secuencia, Floyd, el vaquero maldito levantó la pistola hasta la cabeza de Paul que lo miraba tras sus ojitos entristecidos por el asombro, sonó un disparo, la imagen no mostró como le entraba la bala al gringo, sino que todo se quedó en el medio plano de Floyd de pie y con el brazo fuerte empuñando la pistola humeante y unas gotas de sangre que le saltaban a su camisa de cuero, y volvió a repetir lo que supongo habrá dicho a Paul cuando actuaba su muerte que pensé había sucedido de verdad. Pero lo mismo que antes no le entendí nada, y me dieron ganas de creer que aquello no era más que una broma que el director había puesto en la película para burlarse de nosotros o que simplemente era una forma de terminar algo que nunca había tenido sentido. Y me sentí estúpido, y me sentí como el gringo Paul, triste, traicionado y salí del cine resignado, recordando la cara del ángel que había aparecido, imitando un poco la caminada fuerte, recia y cautelosa del protagonista.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home