Friday, May 05, 2006

EL ÚLTIMO CAMPANAZO

Ese día supe el miedo que le daban a Barzéz los campanazos de la catedral que esta en el zócalo de la ciudad de México. Cada vez que levantaba la vista aparecían, como caballos de fuego, cruzándose como un aliento infernal, como el escalofrío que resulta el darse cuenta de que el tiempo avanza invisiblemente hacia un final sujeto a los miedos que se nos van de las manos y se convierten en enemigos peligrosos.
Tengo todo tan claro señora. Barzéz se embobó con los campanazos. La verdad es que yo no se que era lo que el universo de su imaginación podía captar, no se que puerta misteriosa se le abría.
Todo se detuvo de un momento a otro, todo se detuvo y yo no, tampoco una danza ancestral que bailaban unos pocos indios aztecas vestidos con plumas y cueros. El eco de cada campanazo pegaba como un trueno soltado en pleno abismo, un eco ensordecedor. La sangre se arrastraba por la acera, caía por las alcantarillas y chocaba contra el suelo. Nunca se acababa, DONG......DONG, el cielo se callaba, las palomas detenían su caminar tan tonto y se replegaban en millones de pensamientos etéreos, traslúcidos, como sabiendo que esos campanazos eran una especie de canto sagrado, la voz de alguna inmensidad que nos inmovilizaba.
No le digo yo señora, si Barzés me hubiese dado la oportunidad de darme cuenta, tal vez todo seria diferente. ¿Se ha fijado en el vaivén que tienen los campanarios?. La verdad es que son voces que resuenan y no logro percatarme de donde exactamente provienen. Claro, su perfecta invisibilidad puede invertir todas las ideas, los conceptos y los métodos que uno tiene para referirse a las cosas inexplicables.
El insistente flameo de la bandera mexicana. Una presa al viento, que la engulle por sus livianas entrañas del espacio vacío. Verde asoleado. Serpiente que vuela soltando plumas oscuras que se esfuman en la caída, rastro inconcluso que se dibuja. Sueños dormidos, oscuridad repentina. Sintomas de la hermosa ondulación, de la barriguita que se estiran y se contrae.
Todo esto con los sonidos del campanario, doce para ser mas exactos. Un tiempo perdido en la incongruencia de la burla de Barzez.
No es broma. Había un águila devorando una serpiente, estaba de pie en un nopal, abría sus alas tremendas y las levantaba, como iluminada por la sombra de la catedral. Una familia indígena alzaba sus brazos al cielo y le agradecían al señor de todas las cosas dando como ofrenda unas hachas y cuchillos esculpidos en obsidiana.
Aquí fue cuando Barzez hizo un gesto, aunque al principio no me había convencido del todo, vino el segundo, que recuerdo perfectamente porque retorció exageradamente la cara como una especie de goma de mascar.
¿Usted cree que me siento muy bien con todo esto que tengo que decirle?. No es fácil. Por eso hay que creer en el ensayo. Ensayar, ensayar, repetir ciertos discursos que son difíciles de manejar con la emoción.
Sonó el campanazo numero once. Una serpiente de fuego rodeo todo el zócalo..., ( ¿ha visto por casualidad el calendario Azteca?, ¿ha visto usted dos cabezas de serpientes encontrándose en la parte inferior del circulo del tiempo?)..., el sonido paralizó a la gente. menos a mi que empezaba a sentir nauseas y dolores estomacales. Pensaba que estaba jodiendo, que me moría en la antigua laguna del Méjico lindo, allí, tirado en la misma tierra que los Aztecas pisaban, donde descansaban los restos de almas en el inframundo.
El impermeable se le había quedado tieso debido al ultimo movimiento que hizo antes de quedar inmóvil, yo estaba justo detrás de el. Me había detenido a comprar unos cigarrillos, por eso llegue caminando a su lado y pude rodearlo con un fondo que se movía. Un fondo saturado con la ultima campanada. Ahí me di cuenta por primera vez de que tenia los ojos negros, supongo que no alcanzo a cerrarlos, no fijo la vista conscientemente, quedo viva, con ese brillo intenso que queda en las pupilas cuando se esta asombrado. Barzez se quedo pegado mirando el añoso campanario de la Catedral de Ciudad de México y no había como sacarlo.
Siempre que viene el doceavo campanazo, el ultimo, existe en la tierra un silencio tan lleno de miedo, un temblor que empieza bajando desde las sienes, lentamente, un escalofrío como el que he estado sintiendo todo el tiempo que he intentado contarle la desgracia de Barzez. Aparte de mi desconcierto por supuesto.
Se nota que la catedral del zócalo se esta hundiendo, acaso no escucho esa canción que dice “Guadalajara en un llano, México en una laguna”. Da miedo acordarse de eso. Uno piensa que de un momento a otro nos vamos al fondo y lo peor de todo es que nadie, aparte de mi, se daria cuenta porque todos estan inmoviles ante los sonidos que emite el campanario.
No se preocupe señora, despues del aviso de la hora ya todo esta tranquilo. Claro, menos Barzez que no se mueve pero como soy un hombre que entiende las circunstancias tratare por todos los medios que tenga a mano poder llevarlo sin que descubran que va muerto, imagínese usted. La ley...

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