Friday, May 05, 2006

LA NOCHE DEL POETA

La niebla amanecio cubriendo la vieja estacion de trenes, era mediodia y el bar estaba repleto de viajeros que solian detenerse para darse unos buenos sorbos de vino y comer algo de carne asada mientras esperaban la llegada del proximo tren.
El soplido del viento golpeaba en las ventanas, enfriando repentinamente el rostro de algun parroquiano asomado a traves del vidrio, que de vez en cuando tiraba el aliento y pasaba su mano lentamente para limpiarlo y poder mirar las vias oxidadas por el tiempo y el lánguido avance de la niebla mañanera.
Habia un hombre triste sentado en una de las mesas, junto a la ventana, no dejaba de mirar hacia afuera, de vez en cuando llenaba su copa con vino tinto y se la empinaba hasta vaciarla, se quedaba un rato pensativo, observando un infinito recuerdo. Tenia frente a si un gastado cuaderno de hojas amarillas y a veces empuñaba un lapiz y escribia palabras entrecortadas por un suspiro melancolico que se depositaba en sus ropajes descuidados y lo devolvia en un nuevo intento de llenar su copa.
Don Antonio buscaba su reflejo y se percataba que a pesar de los tragos y las largas noches de codos apoyados, borracheras y resacas, su imagen mantenia intactas sus facciones que tuvo de niño, cuando solia perseguir amigos invisibles y besar mujeres mayores en algun rincon olvidado, escondiendose de su padre que acostumbraba golpearlo cada vez que se embriagaba, importandole un comino quien estuviese presente en la cantina.
El rechinar de las ruedas metalicas sobre las vias desperto a Don Antonio de su rememoranza, trayendolo de vuelta. Se puso de pie, lleno su copa de vino, pego un mordisco al trozo de carne que le quedaba en el plato, bebio en cortos sorbos tratando de tragar bien la carne y salio del bar, doblando y guardando su cuaderno en el roido abrigo gris y dirigiendose apuradamente a esperar el tren que venia llegando. La niebla se habia puesto mas espesa que antes, dificultando al conductor la frenada precisa en el anden. El anciano llego hasta la locomotora, y despues de llenar el interior con su mirada y observar como el fogonero sacaba impetuosamente las cenizas de la caldera y las depositaba en una vieja palangana de laton, se acerco para hacerle la misma pregunta que venia haciendole de hace varios años, el fogonero, hombre pequeño y a mal traer debido a las quemaduras del oficio, lo miro con una cara dibujada con el aburrimento y la frustracion de su vida, paseo su mirada en la estampa del poeta, una vez arriba, una vez abajo, y sin esperar la pregunta dijo; nadie ha venido, hasta cuando va a estar esperando oiga- Don Antonio retrocedio lentamente, bajo el peldaño un poco tambaleante reconociendo en su rostro una tristeza mas grande que la de siempre, levanto la palma de su mano y se despidio para encaminarse a recorrer cada uno de los vagones que forman el largo cortejo del ferrocarril, pero no habia nadie a quien abrazar, no habia a quien saludar y contarle la larga espera, la eterna espera de la que estaba siendo victima, los poemas escritos en un tiempo detenido, el deseo de compartir esa solitaria permanencia en la estacion junto a una buena botella de vino, contar las historia de las que ha sido testigo tanto tiempo de gente que va y viene, del eco de sus pasos retenidos por el largo y viejo pasillo de la estacion. Era mejor volver por otra botella, por otras palabras que poner en el papel y seguir esperando la llegada invisible de una mujer llamada Leonor, quien se fue hace tiempo, repentinamente, dejandolo triste y confundido.
En el bar se escuchaba un tango , la gente permanecia sentada bebiendo o comiendo, reponiendose de los viajes o prepandose para uno. Mientras el viejo se acercaba a la barra sono el silbato de partida, que siempre viene con algun crujir de fierros, un agudo chirrido y la hermosa nube de vapor que se confunde con la niebla.
Don Antonio saludo con un gesto a Meneses, dueño del lugar, y le apunto una botella que brillaba justo bajo una ampolleta -deme ese que debe estar mas calentito- Meneses estiro el brazo, la descorcho y se la puso en frente junto a una copa.

Don Antonio era conocido por los trabajadores ferroviarios con el apodo de el poeta a causa de sus insistentes peticiones de leer lo que escribia cada vez que se emborrachaba aquellas noches largas y frias.
Habia llegado hacian quince años a la estacion un dia de primavera, no tenia donde vivir ni trabajo. El jefe de estacion le ofrecio el empleo de guardavias, un pago minimo, comida diaria y un cuarto que estaba junto a las antiguas locomotoras abandonadas.
Transcurrieron los años y Don Antonio realizaba muy bien su trabajo, pero despues de un tiempo empezo a beber en demasia y eran extraños los dias que estaba sobrio, se la pasaba escribiendo junto a un riachuelo y mirando durante largo rato los grandes alamos que rodeban la estacion de trenes. El jefe le quito el empleo pero le propuso seguir viviendo en el cuarto y seguir proporcionandole la comida. Los años fueron cayendo pesadamente sobre la humanidad de el poeta, habia algo que lo hacia permanecer siempre con una gran tristeza, melancolico, apegado al recuerdo de Leonor, una mujer que habia conocido llevado por el azar, y de quien se habia enamorado profundamente, la musa principal de sus versos anonimos que le dedicaba y leia solamente a ella.
Leonor era su amor tierno, vacilante, feliz, eterno, que habia sido desgarrado por una muerte temprana y que habia dejado al amante caminando entre la razon y la locura. Por estos motivos, Don Antonio era muy querido entre los trabajadores y clientes asiduos del ferrocarril, de vez en cuando le daban unas monedas a cambio de que les leyera algo que les saciara alguna sed de tristeza, o de felicidad, o le pedian que les hablara sobre la tierra, los arboles, las praderas, las nubes, el universo, cosas que entusiasmaban de sobremanera al hombre y que sin vacilar, eso si, exigiendo como minimo una buena botella de vino como elixir de inspiracion, se largaba a contar historias propias o inventadas que mantenian a sus acompanantes interesados y entretenidos en extensas reuniones que duraban desde el dia a la noche.

Don Antonio le pidio a Meneses que le diera la botella que estaba bajo la lampara porque nunca ha olvidado lo que le dijo una vez otro poeta de antes, un hombre del que nisiquiera recordaba su nombre y que, al contrario de si, habia logrado fama y fortuna con la venta de sus versos. Lleno la copa por primera vez, sonrio al hombre que permanecia atras de la barra, la levanto y se la empino hasta beberle la ultima gota, cuando se preparaba para llenarla por segunda vez recibio una palmada en la espalda, volteo y se percato de que era el profesor Juan de Mairena, le estiro la mano, la estrecharon, seguidamente arribo al bar Abel Martin, hijo de un acaudalado campesino que era dueño de la mayoria de las tierras de los alrededores, se decia en el pueblo que ambos, Martin y de Mairena eran hermanos, producto del mismo padre que tenia fama de Don Juan entre las mujeres de la localidad.

Todos se estrecharon las manos en un calido saludo, incluido Meneses, quien era conocido como el loco Meneses debido a que se la pasaba inventando articulos que casi nunca tenian el fin que deseaba darles. Estuvieron apoyados en la barra durante un rato hasta que el propio Don Antonio los invito a tomar asiento a una de las mesas, pidio algunos trozos de carne asada, un par de botellas mas, y le dijo a Meneses que viniera, quien se sacaba el delantal y pegaba un grito a su hija menor, de aproximadamente dieciocho años, cabellos largo y liso, fea y espigada.
Afuera se escuchaba el insistente murmullo de los pasajeros que esperaban el ultimo tren del dia que se escuchaba venir a lo lejos, aullando y exhalando el vapor negro hacia el cielo, dejando sendas nubes que se desvanecian con el viento y la caida de la noche.
Se sentaron junto a la ventana que daba al anden, bajo unos fluorecentes que titilaban una luz fria y molesta.

- y poeta, como va la poesia? - pregunto Abel Martin a Don Antonio.

- hoy recorri el riachuelo hasta su nacimiento, me sente a esperar alli la llegada del viento, escribi unos versos que se hundieron en el vaso de vino que estaba a mi lado. Asi que mejor me vine de vuelta.

- se te esta acabando la inspiracion viejito, no le digo yo que todo se termina - dijo Meneses quien se aprestaba a levantar su copa para brindar, Juan de Mairena se largo a reir y a golpetear la espalda del inventor.

- y que habla tanto usted?, entonces hace rato que se le agoto la inspiracion, acuerdese que todas las cuestiones que ha inventado no sirven pa' na'. Ya salud mejor sera, mire que si me preguntan a mi como me ha ido me pongo a llorar aqui mismito.

- no me diga que lo echaron.- Martin miro a los otros con una maliciosa sonrisa en la boca, tiro una moneda a la mesa - Apuesto tres monedas a que lo echaron.

- oiga con eso no se juega - le reprocho Don Antonio sacando tres monedas de su bolsillo y dejandolas en la mesa - yo digo que no lo expulsaron

- por que no hacemos un salud mejor en vez de estar liquidando de verguenza al profe?- dijo Meneses mientras Juan de Mairena los miraba medio molesto por la idea tan absurda e insensible que se les habia ocurrido, lleno las copas que estaban vacias, hizo un esfuerzo en sonreir y la levanto

- entonces brindemos pa’ que me salga luego un trabajo.
Abel Martin no pudo contener la risa y expulso el vino de su boca justo a la cara de Don Antonio que de susto solto el vaso que se quebro en el piso.

- perdon no fue mi intension Meneses, digame cuanto le debo y se lo pago ahora, mire que la honradez de un poeta esta por sobre todas las cosas.
- no me venga a insultar a mi propio negocio pues poeta, todavia me quedan vasos en la repisa, si lo que no se perdona es botar el vinito, derrochar tan exquisito brevaje. Y usted Martin, no ha tomado nada y ya parece borracho.

- Olvidemos el asunto de la apuesta y escuchemos algun verso de Don Antonio, uno animoso - dijo Abel Martin y se ponia de pie y aplaudia contagiando a los otros dos amigos que tambien se paraban y aplaudian con vivacidad.
El poeta agarro el vaso y se lo tomo hasta secarlo, lo lleno otra vez y volvio a llevarselo a la boca de un solo movimiento. A estas alturas los ultimos parroquianos presentes en el bar ponian atencion a la mesa que estaba junto a la ventana del anden que no calmaba el sonido de sus vias. Don Antonio se puso de pie, saco el triste cuaderno que guardaba en su bolsillo, lo desdoblo, hizo un gesto a los acompañantes para que tomaran asiento, dirigio su mano al cielo y comenzo;

- ...oh! Yo no se, dijo la noche, amado,
yo no se tu secreto, aunque he visto vagar ese que dices desolado fantasma por tu sueño,
Yo me asomo a las almas cuando lloran
y escucho su hondo rezo humilde, solitario...

Abel Martin se puso de pie interrumpiendo la lectura

- oiga poeta ese nunca ha sido, ni nunca sera un poema animoso

- no sea sin respeto con el viejo, no ve que le ha cortado toda esa magia que dicen que tiene la poesia. Le replico Meneses a Martin con un tono medio burlon.

- la verdad es que a mi me estaba calando mas o menos hondo, con el problema que tengo de haber quedado desocupado, la tristeza se me pega cada vez que me la encuentro - mirando a Don Antonio que no decia nada - esta bonito su poema poeta, pero mejor sigamos tomando vinito - dirijiendose a Meneses - oiga y que paso con la carne que pedimos?

- si, voy a ir yo mismo a buscarla o capaz que no llegue nunca.
Meneses se puso de pie y se dirigio a la cocina. Don Antonio tomo asiento, bebio un trago y sin mirar a sus amigos les reprocho

- ustedes no entienden lo que es la tristeza, la melancolia o la desesperanza, ustedes no entienden y por eso tampoco comprendieron el poema.
Ambos hombres se quedaron mirando haciendose muecas de culpabilidad

- ustedes no saben lo que es quedarse solo, que se vaya para siempre la mujer que aman, yo soy asi no mas, cuando Leonor se fue se me vino la amargura y se quedo conmigo para siempre.
Juan de Mairena y Abel Martin se quedaron mudos mirando sus vasos, sintiendo una tremenda culpabilidad por la interrupcion que habian hecho a Don Antonio. Saco a todos de aquella incomoda situacion el dueño del bar, Meneses.

- mi hija va a traer carne y mas vino, se le habia olvidado - mirando a sus compañeros - que es lo que les paso?

- nada, es que yo me puse grave y parece que contagie a Martin y Mairena -
ato el vaso a su mano, lo levanto y esbozando una sonrisa, pidio un brindis por la noche y los amigos, todos lo acompañaron chocando sus copas.

Minutos mas tarde, mientras hablaban de los tiempos hermosos de los trenes, de las primeras locomotoras que habian llegado a la estacion, de ese romanticismo que despertaba en la gente el subirse a un tren, el sentir ese traqueteo incansable de las ruedas de metal sobre las vias, y ver pasar por la ventana las praderas y las abandonadas estaciones de antaño, llego a la mesa la hija de Meneses, traia una bandeja de madera en la mano con carne asada caliente, los cuatro hombres estaban borrachos y nisiquiera se dignaron a mirar a la joven que dejaba la bandeja y cuatro botellas de vino sobre la mesa. Comieron y bebieron exitadamente hasta que eran los unicos que quedaban en el bar, no se habian percatado de cuanta gente habia entrado, ni cuanta habia salido, ni si el ultimo tren salio a la hora o si se retraso. Abel Martin y Juan de Mairena estaban echados sobre sus brazos y roncaban escandalosamente, mientras que Meneses y Don Antonio hablaban sin entenderse palabra debido a la evidente ebriedad que se habia apoderado de ellos.
- Por eso le digo yo pues poeta, hay que ser bien hombre pa’ aguantar
- si
- ve que uno tiene que saber decir las cosas justo en su momento, o sino se queda dormido en los laureles y hasta ahi no mas llegamos

- pucha que sabe usted Meneses – don antonio se marchitaba poco a poco, la mirada perdida en una grieta que cruzaba de lado a lado la muralla sostenia su embriguez

- mire. Cuantos dedos tengo aqui? – Meneses movia su mano empunada frente a los ojos del poeta

- chi!!, si no soy tonto pos Meneses, usted cree que no me doy cuenta?

- Haber digame, de que se da cuenta

- De que estos dos si que estan borrachos.

- Aaah!!, eso si que es verdad. Por eso usted me tiene que hacer caso, esta bien que le guste escribir pero a si mismo le gusta empinarse el vaso

- Oiga, usted pasa puro tomando no mas, no se me ponga hablador mire que hay un leyenda muy antigua sobre los habladores

- Cuentemela entonces

- Usted que sabe Meneses, por eso lo quiero – tomandole la mano y tratando de mirarlo a los ojos – yo lo quiero, usted es mi amigo, le estoy muy agradecido. Le debo mucho

- Usted a mi no me debe nada – golpeteandole la espalda – mire, yo lo unico que se es que una de las cosas mas nobles que existe es tomar una buena botella de vino con un amigo – mirando a Martin y Mairena – bueno tres pero estos dos borrachos ya no cuentan mucho

Se miraron por un instante, unos de los fluorecentes comenzo a fallar, el silencio titilaba a la par con la luz. Meneses hizo un esfuerzo y se puso de pie, sacudio a Abel Martin y a Mairena, pegaron un brusco salto hacia atras que logro botar a Martin de la silla, se despertaron y salieron al largo y oscuro pasillo desolado del anden, incluido Don Antonio, se despidieron y el profesor y Martin se dirigieron en direccion contraria al poeta.
En el camino, Don Antonio se detuvo en las viejas maquinas que estaban cerca de su cuarto, puntualmente en un vagon de carga que estaba volteado, se sento en el suelo, apoyando su espalda en el metal, cabeza gacha, vista perdida, hablaba solo, sin poder modular, trataba de cantar una vieja cancion española, miraba lo negro de la noche, se quedaba escuchando los sordos sonidos que la acompañan. De pronto una voz, que en ese momento sono como un trueno, lleno el espacio, era una voz tan dulce y debil como una flor dibujada en el extenso reino del viento.
- me gusta lo que usted escribe poeta, a mi nunca nadie me ha dicho nada lindo
El viejo levanto con dificultad la cabeza, lentamente, hasta que pudo ver la silueta del cuerpo diminuto y delgado que estaba en frente, acto seguido, pego un salto que le hizo azotar la cabeza en el vagon, dio un grito
- Leonor!!
- no, no soy Leonor, soy la hija de Meneses.
Don Antonio se puso de pie como pudo.
-Leonor, donde has estado todo este tiempo?
- le digo que no soy Leonor. Y queria decirle que me gusta mucho lo que usted dice cuando lee.
La tenue sombra del poeta se movia contra las frias paredes del vagon. Afino su garganta con un sutil carraspeo, alzo la voz de a poco, entonando unos versos para aquella hermosa aparicion que se le habia puesto en frente.

Senti tu mano en la mia,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oido
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
eran tu voz y tu mano
en sueños, tan verdaderas!...
Vive esperanza; quien sabe
lo que se traga la tierra!.
Don Antonio callo repentinamente, observando a la mujer que apenas distinguia, nervioso ante la aparicion que creia tenia en frente, tiritaba, y murmuraba frases inentendibles.
- Leonor, te amo
- le repito que yo no me llamo Leonor, y me gusta mucho lo que usted ha escrito
- es para ti pequeña mia, por que te fuiste tanto tiempo?, ven acercate
- no mejor vuelvo a mi casa, solo queria decirle eso pero usted no entiende.
El poeta se abalanzo sobre la joven, que se fue de espaldas al piso, comenzaron a forcejear, Don Antonio la trataba de besar, te amo, te amo, le repetia, se levantaba y caia, la mujer se puzo a gritar a todo pulmon. Mairena y Abel Martin estaban recostados en los banquillos del anden, al escuchar los gritos, se pararon tambalendose a causa de la borrachera y se pusieron a caminar apresuradamente. En el camino se toparon con Meneses que venia saliendo de su cantina desaforadamente, asustado, traia una linterna y venia en mangas de camisa y en calzoncillos, los otros dos le apuntaron la direccion de donde provenian los gritos, los tres hombres se echaron a correr logrando apenas mantenerse en pie, chocando con todo lo que se les cruzaba, el anden estaba tan oscuro que no se lograba divisar quien era o que sucedia. Entretanto los gritos callaron. Don Antonio intentaba levantar a la mujer, la tomaba de la cintura y la soltaba golpeandole fuertemente la cabeza contra el piso. Leonor, Leonor!! le gritaba, Leonor despierta!!. Pero la mujer no daba indicios de movimiento, de un momento a otro el poeta sintio pasos, una luz que empezaba a iluminar la locomotora que estaba al principio avanzaba cada vez mas. Martin y Mairena respiraban dificultosamente, habian cogido trozos de fierro tirados en la via, seguian corriendo cuando repentinamente la luz de la linterna recayo sobre el cuerpo de la muchacha seguido de un corto grito de Meneses, alli se quedo el haz de luz, fijo y muerto, funebre como una candela que mueve furiosamente su extraño cabello de fuego. Luego vino un llanto murmurado, una tristeza terrible. Los tres hombres miraban el cuerpo ensangrentado de la pequeña Pola, aun mantenia intacta sus facciones de niña inocente. Despues de esa eterna pausa el rayo de luz comenzo a moverse hasta encontrar la figura de Don Antonio que se mantenia afirmado en el vagon y se encandilaba. Mairena y Abel Martin, enceguecidos por el efecto del alcohol y el miedo se abalanzaron sobre el viejo dandole de fierrazos en el cuerpo, Meneses volvio a iluminar a su hija que yacia muerta, lloraba y gritaba de dolor, de rabia, volteo, y con la misma linterna empezo a golpear al poeta que se bañaba cada vez mas de sangre y se desfiguraba, el eco que se repetia a lo largo del anden llegaba a la calle y atraia a los curiosos.
Los tres hombres, Meneses, Abel Martin y Juan de Mairena, golpeaban y golpeaban lo que quedaba de Don Antonio, lo insultaban una y otra vez, gritaban de ceguera. Maltrataron el cuerpo hasta que empezo a aparecer la mañana, todos lloraban y gritaban y apaleaban al poeta. El cuadernillo salto hasta las oxidadas ruedas de una vieja locomotora que descansaba sobre los rieles.

Con la venida del alba, sono la fuerte bocina del primer tren de la mañana, sonido que estremecio a los asesinos y los hizo detenerse. La estacion todavia no se abria a los pasajeros, el tren tuvo una buena llegada al anden, la niebla llegaba otra vez mientras los hombres miraban atonitos los cuerpos.

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